Monográfico | Piratas
ESCULTURAS QUE MIRAN AL MAR
ESTATUAS DE CORSARIOS Y MASCARONES DE PROA
Tanto la escultura exenta como
el modelado y la talla son un subgénero de las Artes Plásticas que han generado
grandes iconos de la Historia del Arte y han ayudado a conocer detalles o a
desvelar incógnitas sobre los personajes y hechos más célebres de la historia.
Esculturas de corsarios
La escultura exenta que se
conserva sobre estos aventureros del mar está destinada en su gran mayoría a
embellecer los puertos y paseos marítimos de las poblaciones que en mayor
medida sufrieron sus ataques. Su objetivo es el de contar la historia de estos
destinos turísticos, en su mayoría, a través de estatuas y memoriales. Su
escasa producción queda sobradamente justificada en los actos vandálicos y
crímenes cometidos por estos personajes, no obstante, si hablamos de corsarios,
piratas al servicio de una nación, podemos encontrar algunos bellos e
interesantes ejemplos.
Uno de ellos se encuentra en
la población inglesa de Tavistock, lugar de nacimiento del corsario por
excelencia de Isabel I, Sir Francis Drake. Allí una estatua de bronce fundido
le recuerda con la mirada puesta en el horizonte y la mano sobre un globo
terráqueo. Fue realizada en 1883 por el medallista y escultor Josep Boehm,
activo en Londres durante la segunda mitad del siglo XIX. El pedestal sobre el
que descansa la escultura se decora con relieves de la vida del militar como su
nombramiento como caballero inglés por la Reina de Inglaterra, el momento en el
que es informado del avistamiento de un navío español mientras jugaba a la
petanca -y que no atacó hasta acabar la partida- o su entierro el 28 de enero
de 1598 frente a las costas de Panamá.
De semejantes características
es la estatua de Sir Walter Raleigh, otro de los grandes corsarios ingleses, realizada
por Bruno Lucchesi en 1975. Raleigh fue además de corsario, político y
escritor, un importante precursor de las colonias estadounidenses y su efigie
fue requerida por iniciativa popular en la ciudad de Carolina del Norte con
nombre homónimo.
Caso parecido ocurre con la
estatua de Jean Bart, célebre corsario francés, realizada por David d’Angers,
llamado el Miguel Ángel francés, en 1845. Se encuentra en la ciudad de
Dunkerque, población francesa de la que zarparon numerosos corsarios al
servicio de Luis XIV durante los siglos XVI y XVII. Bart fue sin duda el
corsario más importante de todos ellos.
Tanto Drake y Raleigh en
Inglaterra como Bart en Francia fueron hombres muy importantes en la política y
la historia de sus respectivos países pero en el caso de los hermanos
Barbarroja, temidos piratas turcos y azote de las costas españolas, nos
encontramos ante auténticos héroes nacionales.
Esta familia de corsarios
berberiscos fueron los piratas más importantes de todo el mar Mediterráneo. En
su recuerdo como héroes militares del Imperio Otomano se erigió el mausoleo de
Jeireddín Barbarroja, obra del arquitecto turco Mimar Sinan de 1541, en el
barrio de Besiktas, Estambul.
En España también contamos con
estos singulares memoriales como el Monumento a los corsarios de Ibiza, obra
del arquitecto Augusto Font. Representa el reconocimiento local a los marineros
que defendieron las costas ibicencas de los continuos ataques berberiscos. Tras
nueve años de donaciones y aportaciones desinteresadas, la obra se completó en
1915.
Una última parada nos traslada
al puerto para cruceros de Charlotte Amalie, en las Islas Vírgenes estadounidenses,
donde las estatuas de Barbanegra, Henry Morgan o Bartholomew Roberts dan la
bienvenida a marinos y visitantes. Son de producción contemporánea y su paso
por el archipiélago ha sido utilizado como reclamo turístico sin demasiado
rigor histórico.
Dejando a un lado la escultura
exenta, otro de los elementos artísticos que vale la pena destacar son los
mascarones de proa de los galeones de Indias y de Manila que tanto perseguían
los corsarios. Tanto, que cuando no eran hundidos, se convertían en sus nuevos
buques de guerra como ‘La Venganza de la Reina Ana’ del pirata Barbanegra o el
galeón Whydah de Black Sam Bellamy.
Mascarones de proa: El
poder de la belleza en los mares
“La niña coronada por las
antiguas olas, allí miraba con sus ojos derrotados: sabía que vivimos en una
red remota de tiempo y agua y olas y sonidos y lluvia, sin saber si existimos o
si somos su sueño.”
Pablo Neruda
Los mascarones de proa eran
figuras decorativas utilizadas por los barcos en la antigüedad como medida de
identificación durante sus travesías. Se tallaban en maderas duras, capaces de
resistir las agresiones del mar, sobre la parte superior del tajamar y su
tamaño debía ser suficientemente grande para ser reconocidas a varias millas de
distancia. Por lo tanto, nos encontramos ante tallas de gran tamaño que superan
en ocasiones los 3 metros de altura.
Este elemento decorativo fue
utilizado desde muy antiguo por civilizaciones marineras como fenicios, romanos
y vikingos, pero no sería hasta el siglo XVI y XVII, gracias a la creación de las rutas de comercio
trasatlánticas, cuando la ingeniería naval viviría su auténtica edad dorada.
Naves monumentales, auténticas ciudades flotantes, como el galeón español Santísima Trinidad, el británico Golden Hind o el francés La Couronne se construyeron para
transportar, custodiar e incluso asaltar valiosas mercancías procedentes del
Nuevo Mundo.
Su realización se llevaba a
cabo en los mismos astilleros y talleres donde se construían las naves por
carpinteros y artesanos locales con mayor o menor experiencia, por lo que no
podemos catalogar estas tallas como obras artísticas de primer orden. Sin
embargo, cuando se trataba de lucir y decorar flotas reales o embarcaciones de
algo rango podemos encontrarnos con piezas sorprendentes de cuidado detalle
barroco creadas por escultores especializados. Uno de estos artistas
reconocidos fue el escultor barroco Pierre Puget, quien se hizo famoso por el
alcance, el peso y la expansión de sus diseños para la flota francesa.
Los modelos representados respondían
casi siempre al imaginario mitológico greco-romano o a los escudos militares que
daban identidad y protección –simbólica- a éstas embarcaciones. Así, no es
extraño encontrarnos con leones,
caballos, águilas, retratos de deidades clásicas como Minerva y Neptuno o
bellas sirenas. Con el paso del tiempo los referentes neoclásicos cambiaron y
fueron sustituidos por imágenes más humanizadas de monarcas y militares –o sus
respectivas esposas- hasta perder su función tras la aparición de los navíos de
línea y buques acorazados de los siglos XIX y XX.
Podemos encontrar interesantes
colecciones en museos navales de todo el mundo como Inglaterra, Francia,
España, Estados Unidos o Argentina. Algunas de las más valiosas, por la
cantidad de piezas exhibidas y la calidad de sus tallas, se encuentran en el
Museo marítimo de Brest (Francia), el Mystic Seaport Museum de Conéctica
(Estados Unidos), la Colección Cutty Sark de Londres (Inglaterra) o el Museo
Naval de Salerno (Italia). También son conocidas las colecciones del poeta
Pablo Neruda o el pintor bonaerense Benito Quinquela.
Se tratan todas ellas de obras
artísticas de categoría inferior a las grandes esculturas barrocas y
neoclásicas de la época pero que sin embargo, recogen la iconografía más
popular de un tiempo y un periodo artístico fundamental para el desarrollo de
la Historia del Arte y la cultura occidental.
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