Las gárgolas son uno de los elementos decorativos más característicos y
originales de la arquitectura medieval. Su función y su simbología han variado
a lo largo del tiempo desde sus precedentes en la antigüedad. Esa evolución
estilística ha dado lugar a multitud de representaciones de aspecto macabro,
con expresiones burlonas o en posiciones de marcado erotismo que el espectador
no puede más que asombrarse y preguntarse por su significado.
¿Quiénes eran estas criaturas y animales fantásticos? ¿Por qué eran
esculpidas sobre las iglesias y las catedrales? Y sobre todo, ¿qué querían
decirnos éstas visiones demoníacas? A continuación veremos un breve análisis
histórico y artístico que ofrece algunas respuestas al respecto.
La palabra gárgola proviene del francés gargouille, verbo que vendría del latín gargula, gurgulio o gargarizo y que hace referencia a la garganta y
a la acción de hacer gárgaras. Así mismo, la raíz indoeuropea es Gar, "tragar", morfema que la
lengua española ha conservado en la palabra garganta; en Italia se las conoce
como Doccione, que alude a un "alero prominente"; en Alemania son
llamadas Wasserspeier, "vomitador de agua" término análogo al
holandés Waterspuwer, "escupe agua". Todas estas asociaciones se
deben al sonido producido por un líquido atravesando un conducto tubular
semejante al que estas esculturas producían cuando fueron bautizadas en Francia
a finales del siglo XIII.
Pero estos recursos decorativos no son un producto de época medieval si
a su función práctica se refiere. La definición arquitectónica describe a las
gárgolas como las partes sobresalientes de los caños de las cornisas, con
formas de animales reales o mitológicos, que sirven para evacuar el agua de los
tejados. Este concepto de evacuar el agua de lluvia a través de proyecciones
decorativas era ya empleado en la antigüedad y según esta función podemos
encontrar los primeros ejemplos de gárgolas en construcciones mesopotámicas,
egipcias, griegas y romanas. Pero es durante la Edad Media cuando las gárgolas cobran
mayor protagonismo, multiplican su producción y adoptan una nueva función y
significado.
El triunfo del cristianismo en Europa a comienzos del segundo milenio impulsó
la formación y expansión de nuevos reinos cristianos y con ellos la necesidad
de templos y santuarios consagrados a esta religión. Comienza entonces una
fiebre constructiva denominada por la Historia del Arte como Románico que se
extiende rápidamente por cada punto del continente y que promueve no sólo la proyección
de iglesias y monasterios sino también la producción de todo tipo de imágenes
que revistan y decoren estos templos. Se multiplica así su demanda en talleres
y canterías de las grandes ciudades llegando a requerir a artistas
especializados en esta tarea. Santos, vírgenes y pasajes de la vida de Cristo
se esculpen sin descanso para decorar fachadas, frisos y columnas dando lugar
al nacimiento de la iconografía medieval.
Estas imágenes cumplían una doble función, una decorativa –como ya
hemos visto- y una formativa, pues mostraba de forma gráfica episodios bíblicos
inaccesibles para la población analfabeta de la Alta Edad Media. La inclusión
de todo tipo de mensajes moralizantes catalizadores de fieles eran esculpidos
tanto en el interior como en el exterior de los edificios y es en éste último
espacio donde las gárgolas tomarán un nuevo papel a comienzos del siglo XII.
La continuación de éste recurso arquitectónico en el arte medieval
confiere a las gárgolas una función añadida como es la función simbólica. Hasta
el momento se recurría a ellas como desagües y sumideros a través de los cuales
se expulsaba el agua, evitando que cayera por las paredes y erosionase la
piedra. Cuando llovía, los arbotantes actuaban a modo de acueductos,
conduciendo el agua hasta las gárgolas, que la arrojaban al espacio libre de
las calles. Cornisas y canecillos eran los lugares más oportunos para ésta tarea
pero las innovaciones producidas por el Gótico en los sistemas de drenaje desplazaron
su función práctica siendo absorbida por la nueva iconografía evangelizante que
las reprodujo con detalle haciendo de ellas auténticas obras de arte.
Existen dos teorías que podrían dar respuesta a la imagen grotesca y tosca de estas esculturas. La primera de
ellas hace referencia a leyendas medievales, siempre tétricas y asociadas con
lo mortuorio, que considera a estas esculturas como almas condenadas por sus
pecados a las que se les había impedido la entrada en la casa de Dios; de ahí
que siempre aparezcan petrificadas como advertencia en el exterior de los
edificios. Otra e de ellas, y la más extendida, es que se trata de guardianes
de templos sagrados, entidades protectoras que mantienen alejados a demonios y
espíritus malignos.
Aquí podríamos salirnos incluso del ámbito cristiano porque este tipo
de elementos podemos encontrarlos en iconografías tan alejadas del cristianismo
como es el budismo. Estaríamos hablando entonces de los perros de Fu, también
llamados perros de buda o leones coreanos, concebidas como grandes estatuas
guardianes que flanquean la entrada a templos budistas, defensores de las
buenas costumbres pero también guardianes de los edificios sagrados.
Estas atribuciones darían legitimidad a sus relaciones con lo sagrado,
por ello se encuentran en muchas culturas y no solo en extremo oriente sino
también celtas, iberos, persas, etc.
Volviendo a Occidente, la evolución estilística de estos guardianes de
piedra siguió las mismas pautas que el resto de la escultura medieval,
profusión en el detalle, ampliación en los temas representados y una paulatina
secularización de la escultura exenta.
Las gárgolas del primer gótico apenas si estaban elaboradas, pero según
fueron pasando los años, el diseño se fue haciendo cada vez más preciso. El
rasgo distintivo de sus facciones se mantuvo e incluso se agudizó plasmando expresiones
cada vez más dramáticas.
Desde finales del siglo XIII las gárgolas se hicieron más complicadas. Desapareció
la representación de animales, que fueron reemplazados por figuras humanas, aumentaron
su tamaño y se transformaron en figuras más exageradas y caricaturizadas, suavizando
parte de esa severidad. Las connotaciones demoníacas se abandonaron en el siglo
XV cuando se extremaron las poses y las expresiones faciales se volvieron más
cómicas y amables. El hombre renacentista ya no les temía y su función
simbólica se acabó perdiendo.
El Renacimiento y sobretodo el Barroco quiso mantener sin embargo su
función estética y continuó utilizándolas para decorar sus iglesias. Su
presencia en fachadas y cornisas se redujo notablemente y las leyendas
medievales dieron paso a las fábulas y epopeyas clásicas, pero esta
humanización –o urbanización, como
veremos- las hizo aparecer en otras construcciones
como castillos, palacios y, con el paso del tiempo, en ayuntamientos, puentes,
y fuentes de prácticamente toda Europa. Así, las gárgolas y quimeras se
fundieron con la arquitectura civil hasta ser incluida, absorbida incluso
demandada por la iconografía popular como un elemento más de nuestras ciudades en
la actualidad.
En definitiva, podemos decir que todas estas gárgolas, grifos y
quimeras no sólo fueron el mero producto de una época de leyendas y
supersticiones sino que dieron la oportunidad de dar salida y canalizar toda
esa imaginación desbordante y potencial creativo que los artistas medievales
poseían y que sin duda consiguieron plasmar en estos guardianes de piedra.
Gárgolas de la Catedral de Notre-Dame de París
Podemos encontrar bellísimos ejemplos de éstas esculturas en las Catedrales de Amiens, Ulm, Milán… pero si pensamos en gárgolas hay unas en particular que no podemos obviar, son las de la Catedral de Notre-Dame en París.
Las gárgolas de la Catedral de Notre-Dame son, posiblemente, las más
conocidas y reproducidas de la Historia del Arte. Esta fama es producto, en
parte, de la novela ‘Nuestra Señora de París’, escrita por Víctor Hugo en 1831 como
un alegato a la conservación y protección del patrimonio francés pero
sobretodo, por las adaptaciones que el cine ha llevado a la gran pantalla en sus diferentes versiones –destacadas las
de 1923 y 1939, dirigidas por Wallace Worsley y William Dieterle,
respectivamente-.
Sin embargo, las gárgolas más famosas son citadas y catalogadas muchas
veces de manera inexacta, cayendo en dos errores frecuentes que no podemos
dejar pasar y que puede que sorprendan a los más inexpertos. El primero de
ellos es que no se trata de gárgolas y el segundo, que ni siquiera son
medievales. Cuando estas representaciones pierden su función arquitectónica de
desagüe manteniendo no obstante sus atributos simbólicos y decorativos se
conoce con otros nombres diferentes. En este caso se trata de quimeras, grifos o grotescos.
Por otro lado, es importante señalar también que estas figuras no son
de época gótica sino que forman parte del proyecto de restauración que se llevó
a cabo durante el siglo XIX por el arquitecto francés Eugène Viollet le Duc. Este
arquitecto reparó elementos de la estructura que había sufrido daños durante la
Revolución francesa de 1789 y reconstruyó algunas partes del edificio que
dieron lugar a nuevos espacios como la galería de gárgolas –o quimeras-. Un
total de 54 criaturas y bestias conforman este corredor romántico de estilo
neogótico proyectado a más de 60 metros de altura. Aves siniestras, híbridos y
demonios se asoman desafiantes recortando el cielo de París en las más
diferentes actitudes y poses.
De entre todas estas figuras, la más reconocible es la archiconocida estirga burlona. Se trata de una estatua
de medio cuerpo de atributos demoníacos -cuernos y alas- que mira al horizonte
parisino y saca la lengua al monumento a Carlomagno y a la Universidad de la
Sorbona en clara alusión de burla hacia el poder y la ciencia. Para el diseño
de éstas quimeras, es posible que el arquitecto se inspirara en las
ilustraciones que acompañaban la novela de Víctor Hugo, pues son
posteriores a su publicación.
Sobre el techo de la nave central, entre ambas torres, le Duc
distribuyó otras imágenes con una carga simbólica idéntica pero de formas más amables
como pelícanos, lagartos, felinos y hasta un pequeño elefante.
Gárgolas en edificios de España
En España podemos encontrar éstas representaciones en prácticamente
todas las ciudades de norte a sur de la península. Asomadas de fachadas o
colgando de puentes, decoran las obras arquitectónicas más extraordinarias desde
Santiago de Compostela a Sevilla. Catedrales como las de Barcelona, León,
Burgos o edificios civiles como la Lonja de Valencia o el Palacio de la Generalitat
de Cataluña podría ser los ejemplos mejor esculpidos de gárgolas y quimeras en
nuestro país.
La Catedral de Santa María de la
Sede de Sevilla, la más extensa de las catedrales góticas europeas, cuenta
con varias de estas estatuas protectoras en su fachada noroeste. Pertenecen al
siglo XV y siguen un estilo plenamente gótico, de temática sobrenatural y
siguiendo los modelos franceses de los siglos XIII y XIV. La piedra con la que
fueron construidas llegó desde las canteras gaditanas de El Puerto de Santa
María, y formaba parte de un proyecto inicial llevado a cabo en 1433 por los
maestros franceses Jehan Ysanbarte y Charles Gauter de Ruán. No obstante, la colocación de estos elementos
decorativos no se llevó a cabo hasta décadas después bajo la dirección de Juan
Normán, el tercer francés que ocupó la maestría de la fábrica hispalense.
Las de mayor impacto se encuentran en las fachadas hacia la calle Fray
Ceferino González y la Avenida de la Constitución. Siguen cumpliendo su función
original como vías de evacuación del agua de las cubiertas y también padecen la
arenización que lastra la conservación de toda esta piedra. Otra buena muestra de animales fantásticos y
quimeras podemos verlos en la decoración de la Puerta de San Cristóbal, en la
fachada sur del edificio, de estilo neogótico.
En Barcelona existen también
magníficos ejemplos de gárgolas y quimeras como las de su catedral gótica, un
auténtico bestiario de animales como dragones, águilas, leones, cerdos y hasta
un unicornio. También merece la pena detenerse ante el Palacio de la
Generalitat, que alberga las gárgolas más bellas y extrañas de la ciudad.
Por último, son dignas de destacar las gárgolas satíricas de la
Lonja de la seda de Valencia, obra del
siglo XIV, capaces de adoptar las posturas más inverosímiles o el futurista
puente de Reino, de ésta misma ciudad, custodiado por dos imponentes y fieras
quimeras que hacen guardia a cada lado del cauce del rio Turia.
Gárgolas contemporáneas
Queremos concluir con un recorrido menos académico por las gárgolas más
insólitas que podemos encontrar actualmente en distintos puntos del planeta, una
serie de edificios con restauraciones llevadas a cabo en las últimas décadas que
han querido mantener este recurso decorativo y lo han actualizado de una manera
muy original.
Estas restauraciones se han llevado a cabo sobre edificios gravemente
dañados o construcciones contemporáneas que han respondido casi siempre a
propósitos propagandísticos. Tales son los casos de la Abadía de Paisley del
siglo XIII en Escocia, o la Capilla de Bethléem del XV, en Francia. Ambas
fueron sometidas a reconstrucciones drásticas e innovadoras capaces de esculpir
sobre sus muros Aliens, Gremlins o a Mazinger Z, naturalmente con más sentido
del humor que rigor histórico. En esta línea de representaciones contemporáneas
fuera de lugar, la Catedral Nacional de Washington quiso celebrar el final de
su construcción con un concurso infantil para crear las gárgolas que decorarían
sus muros. Desde entonces las esquinas espantan a los malos espíritus con un
mapache, una niña con brackets, un hombre con máscara de gas, robots y la más
famosa, Darth Vader. No es propiamente una restauración pero sí una mirada a
nuestra arquitectura postmoderna que junto con las otras restauraciones deberán
conservarse para la posteridad.
Caso parecido ocurre en la Puerta de Ramos de la Catedral nueva de
Salamanca, del siglo XVI, restaurada en 1993 por el cantero Miguel Romero. El
estado de la puerta estaba tan deteriorado que el escultor optó por reinventar
parte de la fachada. Con el fin de que estas intervenciones pudieran ser
identificadas, incorporó nuevos elementos como un dragón devorador de helados,
un cangrejo de río o el famoso astronauta de Salamanca.
Las Catedrales de San Antolín de Palencia y Colonia en Alemania, las
universidades de Oxford y Princetown o la antigua penitenciaría neogótica de
Philadelphia son otros ejemplos de estas peculiares restauraciones pop.
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