Al norte de Asuán, ascendiendo el río Nilo, se encuentra la fertil llanura de la nueva Nubia, un extenso terreno de producción agrícola cuyo núcleo urbano más poblado es Kom Ombo, originalmente llamada ‘la colina de oro’. A mediados del siglo XIX, el gobernador de Egipto Mehmet Alí mandó instalar unos sistemas de irrigación en los campos que abastecieran a la población local de cultivos de caña de azúcar y potenciar así el débil comercio de la zona. Décadas después, entre 1911 y 1925 durante unos trabajos topográficos, el ingeniero francés Edmund Vignard descubrió las ruinas de un antigua construcción utilizada como cantera y semienterrada por la arena. Era el templo ptolemáico del dios Sobek y el dios Haroeris que hoy podemos visitar tras años de restauración.
Sobre una pequeña colina que domina el Nilo se yergue el templo como una acrópolis de reminiscencias helénicas pues comenzó a construirse en el 180 a.C. por el rey Ptolomeo VI, periodo posterior a la conquista de Alejandro Magno y gobernado por dinastías griegas. La gran particularidad de este templo deriva de su inusual, casi único esquema: se trata de un templo doble, es decir, obtenido uniendo dos templos contiguos. En efecto, el santuario estaba dedicado a dos distintas divinidades: Haroeris u Horus el Anciano, con cabeza de gavilán, dios solar y guerrero, y Sobek, con cabeza de cocodrilo, dios de la fertilidad y creador del mundo.
El cocodrilo del Nilo es uno de los depredadores más peligrosos de África y su presencia atemorizó a los antiguos egipcios desde las primeras dinastías como narran las escenas grabadas en las mastabas de Sakkara. Su fiereza y agresividad fue temida en todo el imperio y como método de protección se le rendía culto y se le realizaban ofrendas. Este animal era además representado por el dios Sobek, “el señor de las aguas” con cabeza de cocodrilo, una divinidad oscura e intimidatoria pero asociada, a su vez, con la sanación, la fertilidad y al poder del faraón. El hallazgo de miles de momias de cocodrilos en los templos de El Fayum y Kom Ombo nos da una idea de la adoración que recibía este noble animal.
Siguiendo una imaginaria línea longitudinal, el templo fue dividido en dos partes, cada una de ellas con su propia puerta de entrada, sus salas hipóstilas, sus capillas, etc. La parte derecha del templo fue consagrada a Sobek; la de Ia izquierda a Haroeris, cuyo disco alado protector está representado sobre todas las puertas.
Del gran pilono de acceso queda solo la parte de la derecha, donde aún es visible un relieve del emperador Domiciano rindiendo culto a la triada de Sobek, Hathor y Khonsu. El patio que sigue debía de ser muy hermoso en su origen, rodeado en tres de sus lados por 16 columnas pintadas. Hoy de ellas queda solo la base y la parte inferior del fuste con los relieves del emperador Tiberio presentando ofrendas a los dioses. La parte norte del patio está cercada por la pared exterior del pronaos, o primera sala hipóstila. En esta pared se abren las dos entradas a los templos; a los lados de cada puerta destacan las representaciones de Ptolomeo XII Neo-Dionisio purificado por Toth y Haroeris, en la parte izquierda y por Horus, Thot y Sobek a la derecha.
La primera sala hipóstila presenta tres hileras transversales, cada una con cinco columnas fasciculadas de capiteles campaniformes: algunos con forma de loto, otros de papiro, y uno incluso de palmera. El techo está decorado con escenas astronómicas y con el buitre, símbolo de Nekhbet. Los fustes de las columnas están todos decorados: en la parte superior, bajo los capiteles, se puede ver una faja de jeroglíficos con el ankh, símbolo de la vida y en la parte baja, al faraón presentando ofrendas a las distintas divinidades. Las mismas escenas se repiten también en las paredes de la sala: los faraones representados son todos del período ptolemaico, incluida la famosa Cleopatra (VI).
A continuación, dos puertas nos conducen a la segunda sala hipóstila o "sala de las ofrendas". Más pequeña que la anterior, en sus muros se repiten las escenas y la presencia de personajes: aparecen esta vez Ptolomeo VIII Evérgetes II, su esposa Cleopatra y Ptolomeo XII Neo-Dionisio. Siguen tres vestíbulos dispuestos transversalmente, el último de los cuales da acceso a los dos santuarios. En un lateral podemos ver un calendario egipcio, el más antiguo de la humanidad, con 2.300 años. Aquí, Ptolomeo VI Filométor aparece ataviado con la capa macedonia ante la triada de Haroeris, Sobek y Khonsu, mientras este último escribe el número de jubileos del rey en el tronco de una palmera. Al contrario del resto del templo, donde los sectores se fusionaban y compenetraban, los santuarios estaban netamente separados por un espacio hueco. Lamentablemente, apenas quedan restos.
Un doble pasillo rodea todo el templo. En el interior, detrás de los santuarios, se abren siete pequeñas capillas donde encontramos un relieve con toda una serie de instrumentos quirúrgicos: bisturíes, tijeras, tenazas, pinzas, etc., lo que confirma el alto nivel de perfeccionamiento que los egipcios habían alcanzado en el campo de la medicina. También vemos a Imhotep, el primer arquitecto, divinizado en época ptolemáica. Del complejo religioso formaban parte también el mammisi, la capilla de Hathor y uno de los tres nilómetros que se conservan en Egipto. El nilómetro era un pozo escalonado que servía para medir el cauce del río y de esa manera calcular las cosechas y los impuestos anuales; una herramienta fundamental en la economía de Egipto aunque fácilmente manipulable.
Museo del cocodrilo
Anexo al templo, en el santuario de Sobek -erigido por Tutmosis III- se encuentra el Museo del cocorilo. Es un pequeño espacio de luz ténue donde se muestra la estrecha relación de este animal con la civilización egipcia en época faraónica. El museo exhibe cuarenta cocodrilos momificados de diferentes épocas, huevos e incluso un feto, además de estatuas de madera y granito del dios Sobek.
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