viernes, 19 de julio de 2019

Estatuas de Rahotep y Nofret | 2360 a.C. | Museo Egipcio de El Cairo | Egipto



OBRA ANALIZADA

ESTATUAS DE RAHOTEP Y NOFRET

2360 a.C. | Museo Egipcio de El Cairo | Egipto


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Las estatuas de Rahotep y Nofret son una de las obras maestras del Museo de El Cairo y también uno de los mejores ejemplos del arte realizado durante el antiguo imperio egipcio. La extraordinaria habilidad del escultor consigue trasmitir una fuerza y realismo a las estatuas comparables a cualquier obra contemporánea, algo sorprendente para unas esculturas de más de 4500 años de antigüedad. 





Al norte de la pirámide de Meidum, a unos 100 kilómetros al sur de El Cairo, se encuentra uno de los complejos funerarios más antiguos de Egipto. La necrópolis de Meidum es un extensa red subterránea de antiguas sepulturas donde descansan la familia real, nobles y altos dignatarios de la cuarta dinastía del antiguo imperio. La mastaba del príncipe Rahotep, hijo del faraón Snefru  y descubierta por Auguste Mariette en 1871, es la más grande encontrada hasta el momento y fue en su interior, bajo la falsa puerta, donde se halló esta extraordinaria pareja escultórica. Albert Daninos, ayudante de Mariette, explicó que su verismo y sensacional estado de conservación aterrorizó al obrero que se encargó del desescombro. Así lo explica: “El trabajador se encontró en presencia de las cabezas de dos seres humanos vivos cuyos ojos -de cristal- le devolvían la mirada”.

Desde el primer momento de su hallazgo, las dos estatuas fueron causa de admiración y asombro y ahora, más de cien años después su descubrimiento, situadas en un lugar preeminente en el Museo de El Cairo, las esculturas de Rahotep y Nofret continúan generando el mismo efecto en los visitantes que, como entonces, se sienten atraídos y fascinados por su imponente aspecto y por la fuerza vital que la pareja irradia.


                                        


El arte egipcio es un arte formal, aparentemente sencillo, equilibrado y concebido para perdurar en el tiempo. Durante dos milenios sus cánones se mantuvieron casi inalterables, pero esto no le impidió que sus representaciones carecieran de originalidad o fueran fruto de la simple repetición. Al contrario, desde un primer momento la civilización egipcia concibió obras de arte tan singulares como las estatuas de Rahotep y Nofret, una obra de esplendida factura realizada durante la IV dinastía, hace más de 4500 años, con una estética tan contemporánea que parece haberse tallado hace apenas unos días. Aunque no constituyen un grupo escultórico, se trata de dos esculturas independientes, resulta obvio que ambas fueron creadas manteniendo un criterio unitario. También la plasticidad y tratamiento técnico es coincidente, ya que las dos obras fueron talladas en piedra caliza, policromadas y con incrustados de cuarzo  y cristal de roca.

A pesar de su elevado rango, el príncipe Rahotep se muestra sentado con un atuendo de lo más sencillo y austero; su torso está desnudo y luce únicamente un faldellín blanco con una cinta anudada a la cintura. El personaje luce los puños cerrados, uno de ellos colocado sobre el pecho, el lugar del corazón, un gesto lleno de significado para los antiguos egipcios siendo una expresión de sinceridad, pureza y respeto. Destaca su piel intensamente morena, requisito fundamental en los cánones de la belleza masculina en Egipto, y a diferencia de otras muchas estatuas, no porta peluca. En el rostro, plasmado con unos rasgos individualizados y armoniosos, son especialmente llamativos los ojos, realizados con incrustaciones de cuarzo blanco y cristal de roca. El brillo de estas incrustaciones dota de un vigor muy especial a la mirada e intensifica de modo muy efectista la sensación de realismo. Además del coqueto bigote al estilo Fredie Mercury y del sutil toque de maquillaje, Rahotep luce como elemento ornamental un discreto colgante formado por una pieza lobulada colgando a modo de gargantilla.


                                        


A la izquierda de Rahotep se encuentra su esposa Nofret, de idénticas dimensiones y con un tratamiento muy similar, aunque con sutiles diferencias. Al observar su imagen llama especialmente la atención el tono amarillento de su piel y es que, en el caso de las mujeres, al contrario que en los hombres, el color lívido en la piel era muy valorado como expresión de belleza y sensualidad, y Nofret, ciertamente, se muestra con una piel clara. En su rostro el verismo se ha cuidado al detalle tanto como el de su pareja. Sus ojos lucen incrustaciones de cuarzo y cristal de roca, e igualmente, para darles aún más realce, su perfil fue recorrido con una línea de maquillaje.

El atuendo se conforma de un vestido ajustado de tirantes largo complementado con una especie de capa que cubre hombros y brazos pero que no disimula la forma de sus pechos. Resalta sobre su pálida figura la oscura peluca con una cinta de motivos florales que enmarca su rostro. No obstante, la mayor riqueza de color en la escultura se despliega en el amplio collar que se extiende sobre el pecho formado por diversas franjas de color rojo, azul aturquesado y verde.


                                        


El matrimonio de nobles, con su aspecto solemne y elegante, son un reclamo ineludible en el Museo de El Cairo y quienes los observan se sienten atraídos inmediatamente por su intenso colorido, su magnífico estado de conservación y sobre todo, por el pálpito de vida que irradian. Sentados el uno junto al otro, la pareja parecen responder la mirada de quienes desde todas partes del mundo viajan para contemplar su belleza y, de alguna manera, como por la fuerza de una magia ancestral, convierte al visitante del museo cairota en un invitado de piedra que solo puede paralizarse y rendirse ante el atractivo de su presencia.





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