SACRIFICIO DE ISAAC
Alonso Berruguete | 1527-32 | MNE | Valladolid
El Sacrificio de Isaac es una
obra del escultor Alonso Berruguete tallada en madera policromada y datada
entre 1526 y 1532. Sus dimensiones son de 89 centímetros de alto por 46 de
ancho y 32 de largo y procede del Monasterio de San Benito el Real, en Valladolid.
Actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Escultura.
Esta escena del Antiguo
Testamento fue elegida por La Signoria de Florencia en 1402 para las puertas
del Baptisterio y tuvo un gran éxito posterior en la creación de obras de arte.
Dios exige a Abraham, patriarca de los israelitas, que degüelle a su
primogénito para demostrar su fe. Abraham, captado en el momento de ir a
consumar el sacrificio de su hijo por orden divina, constituye una de las creaciones
más personales de Berruguete.
Es la imagen perfecta del
desesperado; todo en él es
dramáticamente vociferante. A los pies, Isaac, atado sin violencia, parece dispuesto
a asumir su destino. La obra presenta una estructura dinámica y una formidable
potencia plástica que se manifiesta en la multiplicidad de puntos de vista que,
sin embargo, no restan cohesión al grupo. Frente a la disposición circular de
Isaac que refleja su sumisión, el estiramiento ascendente y suplicante de
Abraham, logra exteriorizar violenta-mente su tensión, reforzada por detalles
tan insignificantes como La puntiaguda barba que parece clavarse en el pecho
del patriarca.
Estamos aquí ante un Laocoonte
moderno donde el drama clásico se trasmuta en tragedia bíblica. Ambos grupos
comparten el castigo injusto, el quejido del padre, el terror infantil ante lo
inexplicable y las anatomías dolorosamente tensas. Berruguete reinterpreta el
modelo, pero se queda con su esencia, para adaptarlo al mensaje religioso.
NERVIO Y EMOCIÓN
“Muchas figuras de Berruguete no
tienen alma; apenas si son hombres; son un simple embrollo de líneas, un
garabato, un revoltijo que no puede convencer, ni razonar, ni hablar: son un
quejido, un grito, un suspiro, que no dicen nada, pero que hacen sentir
profundamente. Como Miguel Ángel utiliza el movimiento. Pero Miguel Ángel
siempre sigue una lógica. Pero en Berruguete, no. Su violencia es
injustificada. Sus sentimientos son unilaterales, pobres en matices, pero más
agudos, más estridentes. Sus espíritus nunca sueñan, ni meditan; sólo
reaccionan como fieras, escalan, chillan y gesticulan en una lucha de titanes,
pero con más vigor de nervios que muscular. Las actitudes se suceden, se funden
entre sí, el movimiento ondulatorio se continúa como una danza y todo es
movimiento, continuación, violencia."
Ricardo de Orueta, Berruguete y su obra, 1917
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