PERSONAJES 2.0
JAMES COOK
En busca del último
continente
Retrato del Capitán James Cook. Nathaniel Dance. 1776. Museo Marítimo Nacional de Greenwich, Londres, Inglaterra
En 1769, el capitán James Cook, a
bordo del Endeavour, inició un épico
viaje para observar el tránsito de Venus en la Polinesia y descubrir un mítico
continente, la Tierra Austral.
La exploración del Pacífico fue
sin duda una de las mayores aventuras de la era de la Ilustración. En el siglo
XVI, desde que Magallanes lo atravesara en 1521, el inmenso océano se había
convertido en un «lago español», un mare
clausum cerrado a otras potencias, y numerosos navegantes hispanos
empezaron a fijar la geografía de los «mares del Sur» y de su miríada de islas
y archipiélagos. A principios del siglo XVII, a los españoles se les sumaron
los holandeses y, de forma esporádica, los ingleses, como el corsario Dampier.
Sin embargo, fue a mediados del siglo XVIII cuando las potencias europeas,
sobre todo Francia y Gran Bretaña, emprendieron una auténtica carrera para
asentarse en las zonas inexploradas de aquel vasto espacio.
Durante el último tercio del
siglo XVIII se organizaron varias expediciones que marcarían una época en la
historia de las exploraciones , al mando de figuras como los franceses
Bougainville y La Pérouse, los españoles Malaspina y Bustamante y los Británicos
Wallis y James Cook. Este último, con sus tres grandes viajes alrededor del
mundo–el último truncado por su trágica muerte en Hawái–, encarna quizá mejor
que nadie el espíritu de esta generación de exploradores, gracias a una mezcla
de arrojo, tenacidad, empeño científico y gran apertura a la diversidad del
mundo humano y natural.
Mapa con las tres travesías llevadas a cabo por Cook. La primera en rojo, la segunda en verde y la tercera en azul
Aunque los historiadores no
suelen señalarlo, el origen de la expedición de Cook se encuentra en un
episodio ocurrido lejos de Inglaterra. En 1762, Manila, capital de las
Filipinas españolas, fue conquistada por los británicos y Alexander Dalrymple,
un geógrafo, espía y diplomático escocés, se convirtió en gobernador. Ello puso
a su disposición el extraordinario fondo documental conservado en la ciudad, con
una riquísima información de más de doscientos años de navegaciones realizadas
por los españoles en el Pacífico. Dalrymple debió de prestar especial atención a
los informes de navegantes como Fernández de Quirós, que en su travesía por el
Pacífico occidental creyó llegar a la Tierra Austral (de norte de Australia).
En el siglo XVIII, muchos creían todavía en la existencia de un gran continente
en el hemisferio sur del planeta que tan sólo esperaba a que una potencia
europea lo conquistara. El propio Dalrymple suponía que la Tierra Austral
tendría al menos 7.500 kilómetros de ancho y 50 millones de habitantes y
aseguraba que «los restos de su economía bastarían para mantener el poder, el
dominio y la soberanía de Gran Bretaña porque darían empleo a todas sus
manufacturas y barcos».
Retrato de James Cook. John Webber. 1776. Museo Te Papa Tongarewa, Wellington, Nueva Zelanda
De vuelta a Londres tras la
devolución de Manila a España, Dalrymple se apresuró a proponer al Almirantazgo
británico, con la ayuda del economista Adam Smith y el científico Benjamin
Franklin, una expedición para explorar el Pacífico Sur. El proyecto recibió el
respaldo del Almirantazgo y de la Royal Society, la principal institución científica
del país, que vio en él una oportunidad para llevar a cabo una misión
científica de la que todos hablaban entonces: la observación del tránsito del planeta
Venus en algún paraje del Pacífico Sur.
Aunque el Almirantazgo acogió el
proyecto de Dalrymple con entusiasmo, pronto se dieron cuenta de que el
exgobernador de la saqueada Manila no podía comandar una expedición supuestamente
científica a través de los dominios españoles. Se ofreció a Dalrymple un puesto
en el buque, alegando que la Armada no podía aceptar un civil al mando de uno de
sus barcos, pero el escocés, decepcionado, lo rehusó. En su lugar, las autoridades
fijaron su atención en un marino que hasta entonces había desempeñado un papel
tan discreto como eficiente. A sus 40 años, James Cook no era aún teniente, ni había
conocido los Mares del Sur, ni había comandado un buque, pero en cambio tenía amplios
conocimientos de cartografía, no había combatido con los españoles y, antes de
entrar en la Armada, había navegado en el tipo de barco que Dalrymple había
propuesto para la expedición: un sencillo carbonero. No otra cosa era el
célebre
Endeavour, un navío de dimensiones
modestas –sus apenas 370 toneladas permitían hacerlo pasar por una
bark, «chalupa» para los españoles–,
pero con gran capacidad en sus almacenes y excepcionalmente estable y
resistente.
Retrato de Alexander Dalrymple. Atribuído a John Thomas Seton. 1765. Museo Marítimo Nacional de Escocia. Edimburgo.
Rumbo a la aventura
James Cook quedó al mando de una
tripulación de 73 hombres, más doce infantes de marina y diez civiles. La
mayoría eran marinos experimentados, como su tercer teniente, John Gore, que ya
había dado dos vueltas al mundo, y sus dos maestres, Robert Molineux y Richard
Pickersgill. En cuanto a la parte científica de la empresa, la Royal Society propuso
a Charles Green, ayudante del astrónomo real, el doctor Bradley, para dirigir las
observaciones astronómicas, mientras que la Armada buscó a un joven erudito con
quien Cook ya había colaborado: Joseph Banks, quien a su vez se llevó consigo a
su amigo Daniel Solander, un notable botánico sueco. El regreso a Inglaterra de
la expedición del capitán Wallis sirvió para fijar el que debería ser el primer
destino secreto de Cook: la isla de Tahití, descubierta por Wallis en ese
viaje, donde deberían hacerse las observaciones astronómicas pertinentes.
El buque, cargado con suministros
para los 18 meses que debía durar el viaje, partió de Deptford el 30 de julio
de 1768. Allí recibió James Cook en mano las instrucciones secretas que fijaban
los objetivos políticos y más reservados del viaje, en concreto la búsqueda de
la Tierra Austral a 40° de latitud sur, como establecían los informes
españoles, y la toma de posesión de las tierras descubiertas. Esto último se
formulaba así: «Con el consentimiento de los nativos, tomar posesión de las
ubicaciones en el País, en nombre del Reino de la Gran Bretaña o, si el país está
inhabitado, tomar posesión de él para su Majestad levantando los signos e
inscripciones adecuados, como primeros descubridores y poseedores».
Réplica del HMS Endeavour construido para el Museo Marítimo Nacional de Australia
Tras una parada en Plymouth, el Endeavour dejaría finalmente Inglaterra
el 26 de agosto. En Madeira hicieron una accidentada parada, en la que falleció
ahogado un marinero. Al cruzar el ecuador, el 5 de octubre de 1768, se cumplió la
tradición de «bautizar» a los marinos –y a otros seres vivos, como perros y
gatos– que no hubieran pasado antes la línea ecuatorial, una ceremonia que
consistía en atar al bautizado a una polea e izarlo y dejarlo caer tres veces
desde la verga mayor. Veintiún miembros de la expedición estaban en ese caso, incluidos
Cook y Banks, aunque los viajeros principales evitaron el mal trago a cambio de
cierta cantidad de brandy.
Tras hacer escala en Río de
Janeiro –donde se ahogó otro marinero– y en las Malvinas, el
Endeavour dobló el cabo de Hornos con
facilidad gracias a una excepcional fase de buen tiempo y vientos moderados.
Sin embargo, los seis días que debieron detenerse en Tierra de Fuego pusieron a
prueba su resistencia. Aunque el Almirantazgo los había provisto con equipo
específico para el frío –incluidas las llamadas chaquetas magallánicas, hechas
con un tejido de lana denominado
fearnought–,
Banks casi perdió la vida y dos de sus sirvientes negros fallecieron por
congelación durante una noche que pasaron en tierra.
En el monte Rotui, en la isla de Moorea, Cook instaló un punto de observación del tránsito de Venus en 1769. Estuvieron presentes el rey de la isla, Tarroa, y su hermana Nuna, atentos a las explicaciones del botánico Joseph Banks.
Tahití, la tierra de Venus
Ya en el océano Pacífico, Cook
puso rumbo a Tahití. Este archipiélago de la Polinesia había sido visitado poco
antes por Wallis y Bougainville, cosa que los hombres de Cook comprobaron
enseguida al ver que los indígenas ostentaban objetos de factura europea, como
hachas. A diferencia de Wallis, Cook se atuvo a las instrucciones que lo
conminaban a «esforzarse por todos los medios adecuados para cultivar la
amistad y alianza con los nativos». Los marinos, por su parte, interpretaron la
consigna al pie de la letra y nada más desembarcar quedaron fascinados con la
desenvoltura y belleza de las nativas, y pronto entraron en relación con ellas.
Temiendo la difusión de enfermedades venéreas, Cook trató de imponerles
continencia, aunque sus propias descripciones de las costumbres de los
tahitianos indican que no fue indiferente a las tentaciones que se le ofrecían.
En cuanto a Banks, evocaría luego en sus relatos la fascinación que sintió al desembarcar
en una isla donde «el amor es la principal ocupación».
Por otra parte, los sabios de la
expedición hicieron dibujos de la fauna y la flora de la isla y recogieron ejemplares
de insectos, plantas y minerales para las colecciones de las academias londinenses.
También observaron las costumbres de los indígenas y pronto se dieron cuenta de
que no tenían nada de salvajes. Les impresionaron en particular los
conocimientos marítimos de los tahitianos, hasta el punto de que les preguntaron
sobre el continente austral y convencieron a uno para que se uniese a la expedición
y les hiciera de intérprete.
Barcazas de guerra de Tahití. William Hodges. 1972-75. Museo Marítimo Nacional de Greenwich, Londres.
El 13 de julio de 1769, Cook abandonó
Tahití y se dispuso a cumplir el siguiente apartado de sus instrucciones: descender
hasta los 40° de latitud sur para localizar el continente austral. Una violenta
tempestad les hizo temer que perdieran el velamen necesario para volver a Inglaterra;
una noche, el dibujante a bordo anotaba que el barco giraba con tanta fuerza
que los muebles volaban y ellos mismos temían ser arrancados de los cois, las hamacas en las que descansaban.
Pese a ello, en cuanto el tiempo lo permitió Cook reanudó la marcha hacia el sur
y el día 8 de octubre, cuando justamente acababan de superar los 40° de latitud
sur, divisaron tierra. Era Nueva Zelanda, una tierra descubierta, en su parte
occidental, por los holandeses en 1642 y que se pensaba que podía formar parte
de la legendaria Tierra Austral.
En busca de un continente mítico
Cook y sus hombres intentaron un
desembarco en lo que luego llamarían bahía Pobreza (Poverty Bay), por lo poco
que respondió a sus expectativas. A diferencia de Tahití, aquella era una tierra
inhóspita y habitada por nativos hostiles. Si Tahití era la isla de Venus,
Nueva Zelanda era la región de Marte, el dios de la guerra.
Los encontronazos con sus
habitantes se saldaron con varias muertes de éstos, aunque algunos grupos, ablandados
con diversos regalos, acabaron mostrándose más receptivos. Tras tomar posesión
del territorio –grabando sobre un árbol el nombre del barco y la fecha, y enarbolando
a continuación la bandera británica–, Cook pasó los cuatro meses siguientes explorando
la zona, lo que le permitió comprobar que Nueva Zelanda no formaba parte de la Tierra
Austral, sino que era un sistema de islas.
La búsqueda, pues, debía continuar.
El día 31 de marzo, el
Endeavour se
despidió de Nueva Zelanda y se dirigió al oeste, ciñéndose a los 40° de latitud
sur. Pese a los tremendos temporales que se ensañaron con el navío, el 19 de
abril de 1770 Cook volvió a ver tierra: se trataba del sureste de Australia, la
inmensa costa que holandeses y portugueses habían ya recorrido por el oeste y el
sur. Cook comprendió que su búsqueda de la Tierra Austral era vana y que aquel
mítico continente no existía, al menos «al norte del grado 40 sur–escribió en
su diario de viaje–, pues lo que puede haber al sur de esta latitud yo no lo sé.
Lo cierto es que nosotros no vimos nada que pudiera tomarse por un signo de tierra,
no más en nuestras rutas hacia el norte que en las que se dirigían hacia el
sur».
Páginas del cuaderno de bitácora de la segunda expedición del capitán Cook conservado en el Museo Marítimo Nacional de Australia, Sidney.
El 29 de abril, Cook recaló en lo
que primero se llamó puerto de las Rayas (Stingrays Harbour), pero acabó en los
mapas como bahía Botánica (Botany Bay), por la cosecha de especímenes animales
y vegetales que obtuvieron los científicos del Endeavour. Los aborígenes, sin embargo, rehuyeron todo contacto.
Cook prosiguió su travesía por la costa australiana hasta que el 10 de junio la
nave se adentró imprudentemente por un arrecife de coral y chocó contra las
rocas, que perforaron la quilla. Fue el momento más crítico de la expedición.
Todos temieron quedar perdidos para siempre en un lugar expuesto a los
temporales y al que nunca acudiría nadie en su ayuda. Sin embargo, un oficial
tuvo la idea de coser una gran cantidad de lana, pelo y estopa a una pieza de
vela, y se arrastró desde la proa hasta debajo de la nave para tapar la vía de
agua y hacer así las reparaciones. Entre tanto, habían debido arrojar al mar
buena parte de la artillería, barriles de agua, leña...
Cook aprendió la lección y nunca
más volvió a dirigir una expedición de un solo buque. El
Endeavour avanzó hasta llegar a la entrada del estrecho de Torres,
donde el 22 de agosto de 1770, en un promontorio rocoso llamado isla Posesión,
Cook tomó posesión de toda la costa oriental del continente australiano en nombre
del rey británico Jorge III, pese a que las instrucciones del Almirantazgo
prohibían un acto así tratándose de una tierra habitada y sin haber buscado el
consentimiento de la población. Bautizó el territorio con el nombre de Nueva
Gales del Sur.
Costas de Marlborough Sounds en Nueva Zelanda
De la gloria a la tragedia
El regreso a Europa fue lento y
lleno de penalidades. Hasta ese momento, Cook había logrado conservar sana y
salva a la mayor parte de la tripulación, gracias sobre todo a una dieta rica en
vegetales que previno el mayor peligro en los largos viajes oceánicos: el
escorbuto. Pero la parada en Batavia (la actual capital de Indonesia, Yakarta),
una ciudad insalubre que ya había golpeado duramente a la expedición de Wallis,
hizo que muchos marinos enfermaran y murieran de malaria y disentería. Tras reanudar
la marcha, el Endeavour llegó a duras
penas a Ciudad del Cabo el 14 de marzo de 1771, con apenas seis hombres
capaces. Cook hubo de enrolar a varios marinos portugueses para poder continuar
y alcanzar Inglaterra el 12 de julio de 1771, tras casi tres años de viaje.
La gesta de Cook fue celebrada en
Gran Bretaña como un gran triunfo nacional. Lord Sandwich invirtió 6.000 libras
(más de lo que costó el Endeavour)
para que un escritor de moda, John Hawkesworth, basándose en los diarios del
propio Cook, narrara el viaje de éste con tintes épicos, convirtiendo al
navegante en un héroe modélico que encarnaba el destino imperial de Gran
Bretaña.
Tras el rotundo éxito del viaje
del
Endeavour, Cook reposó apenas
unos pocos meses antes de hacerse a la mar en una segunda expedición. Llevaba
un carbonero semejante al
Endeavour, el
Resolution, aunque esta vez se hizo
acompañar por otro navío algo más ligero, el
Adventure. Cook se dirigió al Pacífico bordeando África y tras
recalar en Nueva Zelanda descendió hasta los 70° de latitud sur, más allá del
círculo polar ártico, lo que definitivamente le convenció de la inexistencia de
una sola Tierra Austral hasta el polo sur (la Antártida sólo sería divisada en
la década de 1820). Un equipo de 16 científicos llevó a cabo investigaciones de
mayor amplitud incluso que las del primer viaje. A su vuelta a Inglaterra en
1775, nombrado capitán y elegido miembro de la Royal Society, Cook habría
podido gozar de un plácido retiro, pero un año más tarde partía en un nuevo
viaje, esta vez con el objetivo de descubrir el paso marítimo entre el Pacífico
y el Atlántico por el norte de América. A su paso por Hawái se produjo una
escaramuza con los indígenas en la que murieron Cook y cuatro miembros de la
tripulación, así como treinta nativos.
Estatua del capitán Cook, obra del escultor inglés Thomas Brock, junto al Arco del Almirantzgo de Londres, Inglaterra
La muerte de Cook
Fue el 17 de enero de 1779 cuando los habitantes de la Big Island divisaron las velas de los barcos del capitán Cook acercándose a la bahía de Kealakekua. Ese mes los nativos celebraban el Makahiki, una festividad en honor a
Lono, el dios de la agricultura y la prosperidad. Nunca antes habían visto nada como esas embarcaciones que, sin duda, les parecieron llegadas de otro mundo. ¿Quizás el dios
Lono había decidido personarse a su propia fiesta? Algunos botes zarparon de los grandes barcos encaminándose hacia la costa, así que los lugareños salieron a su encuentro y les esperaron en la playa de Napo’opo’o para darles la mejor de las bienvenidas. Al fin y al cabo un dios venido a la tierra se merecía el mejor trato que pudieran dispensarle.
Como era de esperar, el capitán James Cook y su tripulación no se tomaron la molestia de convencer a los nativos de su origen mundano o, quizás, eran muy inocentes y pensaron que habían tenido la increíble suerte de encontrarse con la más hospitalaria de las tribus del Pacífico. Fuera como fuese, el caso es que durante semanas vivieron a expensas de los hawaianos, disfrutaron de todos los manjares y cuidados que les prodigaron y solo cuando el capitán vio que sus hombres se habían repuesto, dio la orden de zarpar. Sus anfitriones-adoradores debían estar extasiados tras este prolongado contacto con la divinidad, pero aunque tener un dios en casa parezca una pasada, si hay que alimentarlo a él y a todos sus amigos, a la larga se convierte en una carga.
Fue por esto que, cuando unas semanas después vieron que los barcos regresaban, los recibieron con un ambiente bastante frío. El “dios” y su tripulación volvían a puerto tras sufrir un fuerte temporal y una de sus naves venía con el mástil roto. Algo no encajaba. ¿Qué clase de dios no puede arreglar su propio mástil? Cuando un marinero de la tripulación falleció, lo vieron claro: estos tipos blancos se habían hecho pasar por dioses y les habían tomado el pelo. Los ánimos cambiaron radicalmente y empezaron a generarse tensiones a propósito de la comida que estallaron irremediablemente cuando un grupo de locales robó uno de los botes británicos. Para recuperarlo el capitán intentó llevarse como rehén al jefe de la tribu, pero, como era de esperar, eso no sentó demasiado bien. Desafortunadamente el capitán Cook no corrió lo suficiente y fue alcanzado por un nativo que lo cosió a puñaladas. Tanto Cook como el resto de tripulación que no sobrevivió al ataque fue desmembrada, troceada y posteriormente comida por los nativos de las islas Sandwich en un ritual caníbal del que se han vertido ríos de tinta desde su acontecimiento.
Muerte del Capitán Cook. Johann Zoffany. 1779. Museo Marítimo Nacional de Greenwich, Londres, Inglaterra
Este trágico suceso ha sido representado en incontables ocasiones por artistas prácticamente desde el mismo momento de su muerte. La mayoría de estas pinturas parecen volver al original de John Cleveley, el joven, pintado en 1784, aunque otras versiones, como la de John Webber, se impuso como modelo para posteriores copias. Tales obras fueron reproducidas en la pintura y el grabado en el transcurso de la historia del mundo moderno. El más famoso en cuanto a reproducciones es el que en se encuentra en el Museo de Arte de Honolulu (presuntamente basado en la versión de Cleveley), a menudo representando a Cook como un pacificador, tratando de detener la lucha entre sus marineros y los hawaianos nativos, que habían presentado combate tras la captura de su rey en manos de los británicos.
Versión de la muerte de Cook de 1790
Puedes escuchar un reportaje sobre la muerte de Cook del programa La Ventana de la cadena Ser en el siguiente audio o clicando
AQUÍ.
Esos cuchillazos pusieron fin a la vida de uno de los mayores exploradores del siglo XVIII. A lo largo de sus expediciones cartografió la costa de Nueva Zelanda y demostró que, en efecto, se trataba de una isla y no formaba parte de ningún continente tal y como se creía en la época, exploró la costa este de Australia e izó allí la bandera británica, demostró que no existía ningún continente austral e incluso llegó a Alaska y al estrecho de Bering.
Los ‘souvenirs’ del capitán
En sus tres expediciones, Cook y los
científicos que lo acompañaron recogieron infinidad de objetos de los pueblos con
los que entraron en contacto. A menudo se trataba de regalos de los jefes nativos
como signo de amistad y bienvenida.
Por ejemplo, el cirujano del
Endeavour, William Monkhouse, explicaba que a su llegada a Tahití «muy pronto
empezó un tráfico de personas a nuestra cubierta [...] dando a cambio sus remos
y apenas se quedaron con un número suficiente para remar a la orilla». Todos estos
objetos se exponen hoy día en diversos museos de Europa, Oceanía y América.
Cabeza de animal
Máscara de lobo usada en rituales
de la isla de Nutka. Este animal se consideraba el Señor de los Muertos y aparece
en diversos relatos. Museo Etnográfico, Berlín.
Figura de foca
Representación en madera con forma de
foca, realizado por los inuit, un pueblo de Alaska relacionado con los esquimales.
Museo Británico.
Figura de Cook
Pequeña figura en madera de James Cook visto por los indígenas maorís de las Islas Cook. Museo de Arte de Glasgow, Escocia.
Tocado de plumas (mahiole)
El casco de plumas o tocado
mahiole era utilizado por las clases altas en las ceremonias de la isla de Hawai. Los más antiguos eran de paja y Cook trajo a Europa varios de estos sombreros rituales.
Armadura
Traída en el tercer viaje de
Cook, esta armadura de madera, decorada con rostros humanos, procede de la
costa noroeste de Norteamérica. Museo de Arqueología, Cambridge.
Bibliografía y documentación:
- La costa fatídica. La epopeya de la fundación de Australia. R. Hughes. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2002.
- Viaje hacia el polo sur y alrededor del mundo James Cook. Espasa, Madrid, 2012.
- Texto de José María Lancho aparecido en el número 152 de la Revista Historia National Geographic. 2006.
- www.nuestrodiariodeaventuras.com
- Wikipedia