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lunes, 28 de octubre de 2019

Templo de Edfu | 237 - 57 a.C. | Edfu | Egipto




LA CASA DE HORUS

TEMPLO DE EDFU

237 - 57 a.C. | Edfu | Egipto





El templo de Edfu es el templo mejor conservado de Egipto y el más grande después del de Karnak. Su construcción data de época griega sin embargo mantiene los mismos esquemas arquitectónicos de los grandes templos de la época faraónica. Fue consagrado al gran dios Horus, una de las divinidades más importantes del antiguo Egipto y en sus muros se esculpieron magníficos relieves alabando sus hazañas míticas.




Edfu es una ciudad egipcia situada en la ribera occidental del rio Nilo a unos 90 kilómetros al sur de Luxor.  Antiguamente fue la capital de nomo II del Alto Egipto, una provincia rica para el comercio y la agricultura local y sobretodo un importante lugar de culto desde que fuera construido en época ptolemáica el gran templo de Horus. Con la ocupación griega la ciudad fue llamada Apolinópis Magna por la identificación de Horus con el dios Apolo y hasta la caída del imperio romano el templo fue uno de los centros religiosos más importantes de Egipto.

El templo de Edfu es una obra maestra del arte egipcio tanto por  unidad y concepción arquitectónica como por su excepcional estado de conservación. Su impecable aspecto se debe al hecho de que estuvo durante mucho tiempo cubierto casi completamente por la arena del desierto. El estado de abandono era tal, que cuando en 1860 Auguste Mariette decidió liberado fue necesario derribar casi un centenar de tugurios de los fellah que se habían ido construyendo sobre el templo. Sólo cuando la inmensa cantidad de arena fue quitada, se pudo notar que el monumento estaba casi intacto.

Ni siquiera el imponente templo de Karnak, al que le sigue en tamaño, estaba tan bien conservado. Con sus 137 metros de longitud, el frente del pilono de 79 metros y una altura de 36, tiene una planta muy homogénea y puede ser considerado como un arquetipo de templo egipcio: una serie de habitaciones cada vez más pequeñas y oscuras que conducen hasta el recinto más íntimo y reservado del templo, el "sancta sanctorurn". Antes de adentrarnos el el templo vamos a conocer más a fondo a esta importante divinidad del panteón egipcio.


                                        


El gran dios con cabeza de halcón

El dios Hor o Horus en nombre helenizado es el gran dios celeste de la religión egipcia, hijo de Osiris e Isis y predecesor de las dinastías faraónicas según el mito de Heliópolis. Generalmente es representado como un halcón, u hombre con cabeza de halcón, portando las dos coronas del Alto y Bajo Egipto, aunque puede adoptar formas de disco solar alado y de esfinge. Horus es una de las divinidades más importantes, un dios protector y guerrero, nacido para gobernar frente a las fuerzas del mal. Se considera el mito de su nacimiento como el origen de la civilización egipcia y tras él llegarían los primeros gobernantes, los Shemsu Hor, reyes míticos anteriores a la época tinita.




El nombre de Horus estuvo vinculado a la realeza desde época predinástica -como se aprecia en la paleta de Narmer del 3050 a.C.- y a partir del Antiguo Imperio el faraón fue considerado su encarnación terrestre. El culto al dios halcón se extendió desde el delta del Nilo hasta las fronteras del país gracias a una gran legión de seguidores y a una casta sacerdotal muy influyente. Fue venerado por todos los reyes egipcios incluso en época griega y se le erigieron importantes templos en su nombre en Hieracómpolis, Edfu y Letópolis. Horus fue siempre amigo de los hombres, un dios guerrero, protector en las batallas y defensor de las fuerzas del bien, el orden y la justicia.


                                        


Su imagen aparece representada en multitud de templos, tumbas, esculturas, papiros y joyas de época faraónica que prueban la gran importancia de este dios en la vida de los egipcios. Los relieves de los templos mostraban escenas que reconocían al dios recibiendo las ofrendas y alabanzas del faraón reinante. Del mismo modo ocurre en la decoración de las tumbas y  papiros que ilustran algunos pasajes del libro de los muertos en el que Horus actúa de intermediario entre Osiris y el difunto. Se conservan muchas estatuas concebidas para su culto individual, como parte de un grupo escultórico, en el caso de la triada osiríaca o las imágenes maternales de Isis, y como figura protectora a partir del Imperio Medio en los retratos de algunos faraones. Con esta misma función protectora se confeccionaron incontables piezas de orfebrería, joyas, amuletos, herramientas cosméticas y muebles con su efigie como elemento característico.


                                        


La casa del dios halcón

Concebido en el escenográfico y más puro estilo ptolemaico, el templo de Edfu no solo es el mejor conservado de Egipto sino también el segundo más grande solo superado por el de Karnak. Fueron necesarios casi dos siglos y tres faraones para construir este enorme santuario y aunque data de época tardía, el templo fue construido bajo los mismos cánones arquitectónicos y estilísticos empleados anteriormente por los egipcios. El templo está compuesto de un monumental pilono de acceso, un patio abierto porticado, una primera sala hipóstila o pronaos y a partir de aquí un naos, la casa del dios, de menor altura y dividida en diferentes capillas subsidiarias hasta llegar a la capilla principal o cella, lugar donde se custodiaba la imagen del dios.




De este templo se conoce casi toda su historia gracias a las numerosas inscripciones y los detalladísimos bajorrelieves. La primera piedra se puso el día 7 del mes de Epiphi, en el décimo año del reinado de Ptolomeo III Evérgetes: o sea, el 23 de agosto del 237 a.C. Los mismos bajorrelieves nos dicen también cuándo el templo fue terminado: el 5 de diciembre del año 57 a.C. Gracias a una inscripción en el naos sabemos que lo proyectó Imhotep, hijo de Ptah. Pero ello es imposible porque Imhotep era visir de Zoser, el constructor de la pirámide escalonada de Sakkara, y había vivido veintitrés siglos antes. Quizás se pueda explicar este hecho pensando que los sacerdotes-arquitectos de este templo consideraron a lmhotep como un símbolo a quien referirse en su proyecto, y le vieron como a un mítico predecesor que garantizaba la perfección de su trabajo. Atribuyéndole el templo de Edfu, tenían la plena certidumbre de una obra perfecta.


                                        


Antes de llegar al templo es interesante visitar el mammisi que se encuentra a la izquierda. Construido bajo Ptolomeo IX Soter II, inicialmente estaba comprendido en el templo de Horus pero luego fue transformado en un pabellón separado. Un peristilo rodea el vestíbulo, flanqueado por dos pequeñas habitaciones y un santuario: originales son los capiteles de los pilares, donde aparece la cabeza del dios Bes, patrón de las mujeres durante el parto. En efecto, aquí todos los años se renovaba simbólicamente el misterio del nacimiento de Horus y, por lo tanto, se había convertido en un lugar sagrado para todas las parturientas.




La fachada del templo se presenta en toda su grandiosidad con el magnífico pilono constituido por dos macizas torres que flanquean la entrada. Los muros están decorados con dos gigantescos relieves casi simétricos que muestran al faraón Ptolomeo XII ofreciendo a sus enemigos en sacrificio ante Horus y Hathor. Solo se diferencian en la corona del faraón. Todavía hoy el pilono muestra las largas acanaladuras donde se colocaban las astas de los estandartes. A los lados de la puerta, las dos estatuas de granito negro de Horus nos dan la bienvenida.

El primer espacio que encontramos tras el pilono es patio de las ofrendas o "ancho patio de las libaciones", un gran espacio rectangular rodeado en tres de sus lados por columnas; los capiteles son diferentes entre sí, pero cada uno de ellos tiene su exacto correspondiente en la columna del lado opuesto. Era el único lugar del templo al que tenía acceso la población y el él se celebraban fiestas y celebraciones del calendario egipcio en honor a Horus. Al fondo del patio, casi como vigilando el pronaos, se observa la bellísima y majestuosa estatua de granito negro del dios-halcón con la doble corona.


                                        


La sala hipóstila que sigue tiene 18 columnas, doce de las cuales dispuestas en dos hileras y precedidas por otras seis unidas a mitad de su altura por muros de intercolumnio. A ambos lados se abren dos pequeñas habitaciones: a la izquierda la “casa de la mañana” destinada a la purificación de los sacerdotes antes de los ritos, y a la derecha, la biblioteca litúrgica. De aquí se pasa a la segunda sala hipóstila, más pequeña que la anterior, con tres hileras de cuatro columnas, y comunicante con la cámara de las "ofrendas sólidas" y la cámara de las "ofrendas líquidas". Se cruzaba luego otra habitación, la sala central o sala intermedia - a la izquierda de la cual se tenía acceso a la capilla del dios Min -, y se llegaba finalmente, en esta simbólica y sugestiva progresión de recintos cada vez más estrechos y oscuros, al santuario, el lugar más importante del templo.


                                        


La última cámara cobijaba la imagen sagrada del dios y Edfu conserva todavía el naos original, un soberbio tabernáculo monolítico de granito gris de 4 metros de altura, edificado en 360 a.C. en tiempos de Nectanebo II, y que por lo tanto pertenece al templo más antiguo. En el centro de la habitación se muestra una réplica de la barca solar utilizada por los sacerdotes de Horus para transportan la imagen del dios. La pieza original, única en sus características, fue donada por el gobierno egipcio a Francia en el siglo XIX y actualmente se exhibe en el Museo del Louvre.   Alrededor del santuario se despliega el "pasillo de los misterios", al que dan diez habitaciones, cada una de ellas con sus atributos específicos y dedicada a las divinidades asociadas al culto de Horus, como Osiris, Sokar, Khonsu, etc.



                                 
Un elemento novedoso que no presentan otros templos de épocas anteriores es la adhesión de un pasillo exterior o deambulatorio que rodea todo el templo. Fue mandado construir por Alejandro Magno como un segundo espacio público cuyos muros serviría para narrar importantes pasajes de la mitología egipcia. Estos relieves fueron tallados extraordinariamente y son una fuente valiosísima de información para la egiptología. Las escenas son sumamente interesantes y los temas representados son entre otros, la colocación de la primera piedra del templo, el himno a Mut, y sobretodo el nacimiento de Horus y su victoria sobre los enemigos de su padre Osiris.


                                        


Mito de Horus

Uno de los pasajes más bellos de la cosmogonía egipcia es el del nacimiento del dios Horus. Según los sacerdotes de Heliópolis, donde fue concebido el mito, cuando el mundo fue creado, el dios Geb (la tierra de Egipto) y la diosa Nut (el cielo) dieron vida a dos varones, Osiris y Seth, y a dos mujeres, Isis y Neftis, todos ellos grandes dioses del Egipto antiguo.  Osiris se casó con Isis, y Seth hizo lo propio con Neftis dando lugar a dos matrimonios que gobernarían la tierra. Pero ya se sabe que dos reyes para un mismo trono siempre fueron multitud y la leyenda da cuenta de innumerables enfrentamientos entre ambos hermanos por hacerse con el poder. Gracias a un engaño, Seth logra asesinar a Osiris que lo descuartiza en 14 pedazos y los esparce por todo el país para evitar que encuentren su cuerpo. Pero su mujer Isi, enterada de lo sucedido, buscó cada pedazo de su difunto marido para recomponerlo y con sus poderes divinos devolverlo a la vida. La diosa Isis no sólo resucitó el cuerpo de su marido Osiris sino que además concibió un hijo de él: Horus, el gran dios llegado del cielo que recuperaría el trono de su padre. A partir de entonces, Osiris se encargaría de gobernar en el Duat, el país de los muertos. El joven Horus fue instruido en secreto por Tot, dios de la sabiduría, hasta convertirse en un excepcional guerrero. Al llegar a la mayoría de edad, Horus se enfrentó a Seth con la ayuda de sus seguidores y consiguió derrotarle. Finalmente, Horus fue el dios de todo Egipto, mientras que Seth fue desterrado y fue el dios del desierto y de los pueblos extranjeros.  Más adelante Horus dejó el gobierno a sus seguidores, los Shemsu Hor, de los que provienen según la tradición los primeros faraones de Egipto.


                                        






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viernes, 25 de octubre de 2019

Necrópolis de Gizeh | 2570 - 2515 a.C. | El Cairo | Egipto





NECRÓPOLIS DE GIZEH

2570-2515 a.C. | El Cairo | Egipto


Al norte y al sur de Menfis, más de ochenta pirámides crean una cadena continua de 50 km de longitud. Algunas son escalonadas y muchísimas de caras lisas, rodeadas de una miríada de mastabas, es decir, de tumbas en forma de pirámide truncada. Sobre esta serie de monumentos descuellan las pirámides de Gizeh. 




Sobre la vasta meseta de Gizeh se yerguen las tres célebres pirámides de los grandes faraones de la IV dinastía del Imperio Antiguo egipcio: Keops, Kefrén y Micerinos. Esta excepcional necrópolis, ubicada a poca distancia de El Cairo,  es uno de los conjuntos arquitectónicos más importantes de la historia y la única de las siete maravillas del mundo antiguo que ha llegado hasta nosotros. Las pirámides de Gizeh son un extraordinario ejemplo del poder acumulado y los avances alcanzados por esta civilización desde hace más de 4.500 años, capaz de levantar obras colosales como éstas que desafían al tiempo con una técnica todavía desconocida. La pirámide de Micerinos, al sureste del complejo, es la menor de las tres y la última en construirse pero no por ello es menos interesante. Al contrario, su recubrimiento original de granito rosa la diferenciaba de sus predecesoras y en su interior se llevaron a cabo una serie de innovaciones arquitectónicas que marcaron un patrón a seguir por los siguientes faraones. 


                                        


Al norte y al sur de Menfis, más de ochenta pirámides crean una cadena continua de 50 km de longitud. Algunas son escalonadas y muchísimas de caras lisas, rodeadas de una miríada de mastabas, es decir, de tumbas en forma de pirámide truncada. Sobre esta serie de monumentos descuellan las pirámides de Gizeh. Casi cinco mil años atrás, la llanura de Gizeh -en la orilla occidental del Nilo (la región de los muertos)- se convirtió en la necrópolis real de Menfis, capital de los faraones de la Dinastía IV. Gizeh se extiende a unos 15 km al oeste de El Cairo y cubre una extensión de 2.000 m². En el lado sudoeste, una escarpadura de 40 metros de desnivel desciende hacia donde un tiempo corría un canal del Nilo, confín entre la tierra fértil y el desierto.




Gizeh es la única de las "siete maravillas del mundo antiguo" que ha llegado hasta nuestros días. Las otras (Faro de Alejandría, Coloso de Rodas, Mausoleo de Halicarnaso, Templo de Artemisa en Éfeso, Estatua de Júpiter Olímpico y Jardines colgantes de Babilonia) han desaparecido, borradas por la obra del hombre y el paso del tiempo. En esta llanura se encuentran las tumbas de tres faraones de la Dinastía IV: las Pirámides de Keops, Kefrén y Micerino, y la estatua de la Esfinge, el "padre del terror". La magia fascinante que emanaba (y emana todavía) de esas piedras, ha causado a lo largo del tiempo una profunda impresión en científicos y arqueólogos, escritores y poetas, pintores y soldados.
Ni siquiera Napoleón pudo substraerse a su seducción. El 21 de julio de 1798, sus tropas se preparaban para enfrentarse a los mamelucos: cuando detrás de las las filas del ejército otomano se perfiló la incierta geometría de las pirámides, Napoleón — señalándolas — se dirigió a sus soldados exclamando "Allez et pensez que du haut de ces monuments quarante siécles vous observent!" ( `;Al ataque! ¡Y piensen que desde lo alto de esos monumentos cuarenta siglos los observan!").





La pirámide de Keops es la más grande de todas las pirámides egipcias y el emblema característico del país, una colosal obra hecha por el hombre convertida en eterna con la que no ha podido el paso del tiempo. Y no solo eso, además es la única de las Siete maravillas del Mundo Antiguo que ha llegado hasta nosotros. Se inició hace más de 4500 años y para su construcción se utilizaron más de dos millones de bloques de piedra.  Pero son la técnica y la forma en que fue construida el verdadero enigma que encierra la gran pirámide y que todavía hoy continúa sin resolver. 




La pirámide de Kefrén es la segunda de las pirámides de Guizeh y en apariencia la más grande. Su aspecto es inconfundible ya que de las tres famosas pirámides solo ésta mantiene parte de su revestimiento original. Además el complejo funerario de Kefrén es el único que conserva todavía su templo del Valle, el lugar donde se momificaba al faraón antes de emprender su viaje hacia las estrellas.




La pirámide de Micerinos es la tercera de las famosas construcciones levantadas en la meseta de Gizeh y con ella se pone fin a la era de las grandes pirámides. Es la más pequeña de las tres, aun así podría albergar la catedral de León o la torre de Pisa con sus más de 60 metros de altura. Puede parecer menos interesante, pero esta pirámide introduce una serie de elementos arquitectónicos innovadores que la convierten en un monumento único.




La Esfinge de Gizeh es una de las obras arquitectónicas más extraordinarias de la antigüedad y uno de los monumentos más importantes del mundo. A lo largo de la historia de Egipto, las esfinges representaron la fuerza del faraón sobre la tierra, una imagen de poder que se ha convertido en el emblema del país. De todos los ejemplos conservados ninguno ha podido superar a la Gran Esfinge, una colosal escultura de 20 metros de altura erigida en tiempos de la dinastía IV, la época más gloriosa del Imperio Antiguo. 






Pirámide de Micerinos | 2532 - 2515 a.C. | El Cairo | Egipto





PIRÁMIDE DE MICERINOS

2532-2515 a.C. | El Cairo | Egipto






La pirámide de Micerinos es la tercera de las famosas construcciones levantadas en la meseta de Gizeh y con ella se pone fin a la era de las grandes pirámides. Es la más pequeña de las tres, aun así podría albergar la catedral de León o la torre de Pisa con sus más de 60 metros de altura. Puede parecer menos interesante, pero esta pirámide introduce una serie de elementos arquitectónicos innovadores que la convierten en un monumento único.




Sobre la vasta meseta de Gizeh se yerguen las tres célebres pirámides de los grandes faraones de la IV dinastía del Imperio Antiguo egipcio: Keops, Kefrén y Micerinos. Esta excepcional necrópolis, ubicada a poca distancia de El Cairo,  es uno de los conjuntos arquitectónicos más importantes de la historia y la única de las siete maravillas del mundo antiguo que ha llegado hasta nosotros. Las pirámides de Gizeh son un extraordinario ejemplo del poder acumulado y los avances alcanzados por esta civilización desde hace más de 4.500 años, capaz de levantar obras colosales como éstas que desafían al tiempo con una técnica todavía desconocida. La pirámide de Micerinos, al sureste del complejo, es la menor de las tres y la última en construirse pero no por ello es menos interesante. Al contrario, su recubrimiento original de granito rosa la diferenciaba de sus predecesoras y en su interior se llevaron a cabo una serie de innovaciones arquitectónicas que marcaron un patrón a seguir por los siguientes faraones.  

Como ocurre con el resto de pirámides egipcias, la de Micerinos formaba parte de un complejo arquitectónico compuesto por un templo funerario, un templo del valle, una calzada procesional y, no siempre, pequeñas pirámides satélite, además de la gran pirámide del faraón que gobernaba todo el recinto. La creencia en la vida de ultratumba fue el eje central de la religión egipcia y desde las primeras dinastías el sepulcro se convirtió en la empresa más importante en la vida del faraón, y en muchos casos por la que sería recordado, de manera que cada edificio proyectado tenía una función específica en el conjunto y nada esta dispuesto al azar. El complejo funerario era la máquina de la resurrección de los antiguos egipcios y cada pieza del mecanismo era fundamental en el proceso de inhumación.


                                        


El faraón Micerinos

Micerinos, traducción helenizada de Menkaure -su nombre original-, es uno de los faraones más misteriosos de Egipto. Gracias a los textos griegos e inscripciones de la época sabemos que fue el cuarto faraón de la IV dinastía del Imperio antiguo, hijo de Kefrén y, a la sazón, nieto de Keops. Las fechas de su reinado son  aproximadas, pero se estima que se inició hacia 2514 a. C. y terminó hacia 2486 a.C.; aparte de esto no se sabe absolutamente nada. Afortunadamente, esta falta de datos se compensa con el gran número de estatuas de Micerinos que han llegado hasta nosotros, pues se trata del faraón de la IV dinastía del que más estatuas se conservan. De entre todas ellas, las triadas encontradas en 1908 bajo las ruinas del templo del valle representan uno de los ejemplos más bellos de escultura egipcia. Estos retratos nos muestran una imagen de fortaleza y juventud, un faraón enérgico y decidido, divino y humano al mismo tiempo.


                                        


La Pirámide

El complejo se apoya en un terreno sin forma y nivelado antes de construir la pirámide, a diferencia de sus dos predecesoras que fueron construidas sobre montículos ya existentes para ahorrar en número de bloques a tallar. El macizo fue construido con bloques de piedra caliza extraídos de la meseta de Guiza,  colocados con una precisión asombrosa en capas horizontales con un tamaño que se estrechan conforme la pirámide gana en altura. En la antigüedad, se la conocía como la pirámide divina y estaba revestida con dieciséis hiladas de granito rosado procedente de las canteras de Asuán, aunque el resto del recubrimiento estaba conformado por bloques de piedra caliza de Tura. Actualmente la pirámide se halla desprovista de casi todo su recubrimiento a excepción de algunas hileras de la base que nos muestra la precisión con la que fueron tallados los bloques.     




La pirámide fue construida aproximadamente entre el 2532 y el 2515 a.C., tiene 63 metros de altura, una base de 105 metros cuadrados y su inclinación es de 51 grados, dimensiones muy cercanas a la pirámide perfecta. Esta pirámide tiene varias peculiaridades. De inicio hay que decir que con ella se cierra el periodo de las grandes pirámides y anuncia cuáles serán los futuros patrones constructivos. Otra especificidad es la estructura interna de la cámara, que será una escuela para las siguientes pirámides. Es un modelo basado en una cámara funeraria rectangular con un pequeño pasillo que da servicio a una sala anexa con varias tiendas. Esta distribución ya se había implementado en Keops, pero Micerinos hará el primer plan interno que será reutilizado por sus sucesores. Además, la calzada real también era diferente a sus antecesoras pues no unía los dos templos del complejo funerario sino que actuaba como muelle.


                                        


El acceso a la pirámide se encuentra en el centro aproximado de la cara norte, muy cerca de la gran brecha producida en el siglo XII. La entrada antecede a un gran pasillo descendente de 32 metros de largo hasta una habitación de 14 por 3,80 metros de largo cuyas paredes están cubiertas con bloques de granito rosa. Anexa a ella se encuentra una antesala de dimensiones más reducidas con las paredes segmentadas. El corredor continúa horizontalmente hasta la cámara funeraria de 6’60 por 2,60 y 3,40 metros de altura proyectada casi en el eje central de la estructura. En el piso de la antecámara se abre una rampa de granito que conduce a otro nuevo corredor horizontal de varios departamentos y finalmente, la cámara del sarcófago donde descansaba el cuerpo del faraón. Por último, un conducto de tan solo 6 metros de largo y de función desconocida se abre por encima del acceso a la antecámara hasta detenerse en un gran bloque de mampostería.


                                        


La entrada a la pirámide estuvo oculta durante mucho tiempo y prácticamente desde el Reino Antiguo se intentó acceder a ella tanto por ladrones y saqueadores como por los propios egipcios en los largos periodos de hambruna que vivió el país a lo largo de su historia. La gran brecha que presenta la pirámide en su cara norte fue abierta en el siglo XII por por el Sultán mameluco Osman I en un intento por acceder al tesoro pero ni él ni sus antecesores -entre ellos, uno de los hijos de Saladino- consiguieron hallar la entrada. No sería hasta el siglo XIX cuando los egiptólogos Howard Vise y John Shae Perring descubrieron la entrada a la pirámide en 1837. Los exploradores británicos se adentraron por la gran galería hasta la cámara funeraria pero lo que allí encontraron no fue lo que esperaban. Sobre los muros de las paredes habían inscripciones árabes lo que denotaba la presencia de furtivos, nadie sabe cuánto tiempo antes que ellos. Del ajuar funerario no quedaba ni rastro, tan solo un sarcófago de basalto en el centro de la sala que conservaba los restos de un faraón que, posteriormente, se reconocieron como los de un rey de época saíta. El sarcófago hallado en la pirámide de Micerinos fue enviado a Inglaerra con el resto de piezas obtenidas en la exploración  y actualmente formaría parte de la colección del Museo Británico si no fuera porque el barco que lo transportaba naufragó bajo una tormenta y nunca llegó a su destino.


                                        


Sarcófago de Micerinos

Una curiosa leyenda vincula al faraón Micerinos con nuestro país, y más concretamente a su sarcófago.  Cuando los exploradores Vise y Perring hallaron el sarcófago en 1837 decidieron enviarlo a Inglaterra para su conservación y posterior estudio pero, en un giro inesperado de la historia, el féretro nunca llegó a su destino. La goleta Beatrice, el barco que transportaba el sarcófago y otras valiosas piezas arqueológicas hasta Londres naufragó en un punto indeterminado frente a las costas de Cartagena llevándose consigo un tesoro de más de cuatro mil años de historia.


                                        



“Este hallazgo único de las pirámides tuvo mala suerte, lo embarcaron para Inglaterra y el buque naufragó frente a las costas de España, a la altura de Cartagena.”

Vicente Blasco Ibáñez, La vuelta al mundo de un novelista, 1924








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