Monográfico | Piratas
TORRES DE VIGILANCIA COSTERAS EN ESPAÑA
Las torres de vigilancia
costera son una serie de edificaciones militares construidas en España durante
los siglos XVI y XVII para la defensa del territorio. Estas torres centinela
formaron parte de un cinturón defensivo contra ataques marítimos que recorría
todo el litoral este y sureste de la península. Hoy día pueden verse
principalmente en Murcia, Alicante, Málaga y Almería.
Muchas de ellas desaparecieron,
otras se encuentran en ruinas o se han reconvertido en faros y sólo unas pocas
han sido restauradas y protegidas. Con un poco de tiempo libre, protección
solar y gasolina podemos hacernos una buena idea del patrimonio
histórico-artístico que nuestra provincia atesora bajo el sol de sus playas. Y
eso hemos hecho.
La piratería ha estado ligada
a nuestra península desde el mismo nacimiento de la navegación. Pueblos del mar,
romanos y vikingos asediaron nuestras costas en la antigüedad pero no fue hasta
el siglo XVI cuando estos ataques supusieron para España un verdadero problema
en su defensa.
Hasta el siglo XVII, en que
los frentes principales se trasladaron al océano Atlántico, la guerra se decidía
en el Mediterráneo. Pero estas aguas de bajo bordo presentaban unas formas
diferentes de navegación. El Mediterráneo, por ser un mar relativamente
tranquilo, permitía naves más ligeras a los grandes galeones trasatlánticos,
del tipo galera o galeote, embarcaciones de poco calado, perfectas para el desembarco en playas y rápidas en caso de
retirada. Por ello, los ataques a navíos y poblaciones costeras fueron una
constante a la que tuvieron que hacer frente nuestros más antiguos antepasados.
A lo largo de todo el litoral
mediterráneo podemos definir un cuadro del corso en España con los cinco
grandes cabos de la costa española: el cabo de Creus, junto a Cadaqués, en
Cataluña; el de San Martín, cerca de Jávea, en Alicante: el cabo de Palos, en
Murcia; el cabo de Gata, en Almería, y Gibraltar.
A principios del siglo XVI
salieron de Granada miles de moriscos expulsados a Berbería y desde el
asentamiento turco en Argel en 1516, toda la costa del Mediterráneo español se
vio amenazada por los ataques de estos piratas berberiscos. Eran los mofíes, musulmanes
proscritos llagados de maltratos, injusticias y
deseosos de venganza.
Entre todos ellos caben
destacar las figuras de los hermanos
Aruch y Jeireddin Barbarroja, piratas al servicio del imperio Otomano que en
pocos años lograron construir uno de los reinos corsarios más importantes de la
historia.
El rey Carlos I necesitaba proteger
las costas españolas pero las arcas del estado, mermadas por sucesivas y
costosas guerras, no podían asumir un proyecto de tal envergadura. Finalmente,
se dispuso un sistema impositivo local, trasladando a los pueblos y ciudades costeras
la responsabilidad de defenderlas no sin antes fortificarlas con torres y
baterías de defensa.
Así en 1526, se levantaba la
torre de La Encañizada en La Manga del Mar Menor, en 1539 el Concejo de Lorca edificaba
el fortín de la Torre de Cope y en 1557 se terminaba la torre de la Isleta de
El Campello, en Alicante.
El siglo XVI fue el comienzo
de un sistema defensivo que culminó Felipe II durante el siglo XVII armando el
litoral mediterráneo de construcciones defensivas, torres y fortalezas de imponentes fachadas con vistas panorámicas de
enorme belleza. Esta empresa recuperó también antiguas torres centinelas de
origen musulmán que aún se conservan tras su restauración.
Desde este promontorio de
Torrevieja se alzaba la antigua torre de Cabo Cervera, una de las más antiguas
del Reino de Valencia, construida para avistar la llegada de piratas
berberiscos a comienzos del siglo XIV.
La Torre del Moro, como se
conoce en la actualidad, formaba parte de un sistema de torres costeras que la hacían
visible desde el Castillo de Guardamar y la antigua torre vieja de la ciudad,
hoy desaparecida. Su aspecto ha variado mucho a lo largo del tiempo debido a
sucesivas restauraciones, siendo la de 2006 la que le otorga su imagen actual.
La función en la defensa de
las ciudades fue tan importante para sus habitantes que dieron nombre a
poblaciones como Torrevieja o Torre de la Horadada y su recuerdo queda
patente en muchos casos en sus escudos
de armas.
En 1568, Vespasiano Gonzaga y Juan
Bautista Antonelli, prestigioso ingeniero militar de Felipe II, diseñaron un
sistema basado en torres costeras que permitieran alertar de la llegada de
naves enemigas y defenderse de sus ataques. Dentro de tan ambicioso plan, entre
los siglos XVI y XVII, se levantaron gran parte de las torres costeras que se
conservan en la actualidad.
Juan Bautista Antonelli fue el
primero de una saga familiar de ingenieros militares con origen italiano que
trabajaron para la Corona Española durante los siglos XVI y XVII. Tanto el
primero, como su hermano Bautista Antonelli y el hijo de éste, Bautista
Antonelli ‘el mozo’, diseñaron y supervisaron la construcción de torres y
fortalezas defensivas tanto en la península como en las nuevas colonias
americanas.
La mayoría de las torres seguían
un modelo tradicional de planta cilíndrica con forma tronco-piramidal aunque
también encontramos algunas cuadradas o hexagonales. Por lo general, se
levantaban con mampostería sobre una base o plinto a partir de la cual se
asentaba el primer cuerpo de la torre, realizado en tierra poco compacta para
absorber el impacto de las balas.
La altura y el diámetro
variaban en función de las características geográficas y la vulnerabilidad de
la zona. Según fuera la extensión del territorio a proteger podemos encontrar
desde fortalezas abaluartadas tan grandes como castillos como el de Guardamar o
Denia, torres-fortín como la torre de Cope en Águilas o torres centinelas como
la del Charco en Villajoyosa o la del Marenyet en Cullera.
El espacio interior se
estructuraba en una o dos plantas, tres si contamos la azotea, de entre cuatro
y seis metros de altura por piso. Sobre el
cuerpo inferior estaba la puerta, a la que se accedía por una escala que podía
ser retirada para evitar la entrada del enemigo en caso de ataque.
El primer piso estaba provisto
con un aljibe, una primitiva cocina con chimenea y una despensa, en la mayoría
de los casos, y su techo era de ladrillo abovedado. La segunda planta se
destinaba a la estancia de los torreros y al almacén de artillería; se accedía
a través de una escalera de caracol embutida en el muro que llegaba hasta la
azotea. Las paredes contaban con estrechos vanos que ofrecían visibilidad desde
el interior de la torre y daban luz y ventilación a la estancia. La parte
superior estaba almenada y era el puesto de vigilancia donde la guardia oteaba
el horizonte y daba la señal de alerta en caso de ataque. Aquí se disponía la
artillería sobre un pretil o parapeto que permitía orientar los cañones en la
dirección que fuera necesaria.
En caso de ataque, sobre la
terraza de la torre se realizaban ahumadas si era de día y fogatas durante la
noche, que avisaban al resto de torres, iglesias y poblaciones colindantes. Del
mismo modo, las torres del litoral servían de refugio para los pescadores a la
espera de la llegada de la ayuda desde los pueblos y ciudades.
Por su parte, las torres
post-litorales tenían la función de replicar el aviso hacia el interior con
nuevas ahumadas o fogatas, al tiempo que servían de refugio, en caso necesario,
a los campesinos de los alrededores. La torre de Tamarit emplazada en el Parque
Natural de las Salinas de Santa Pola es un buen ejemplo de esta tipología de
torres.
A pesar de la aparente
modestia de su arquitectura y del estado en el que se encuentran, estas torres y
fortalezas fueron obras de vital importancia para nuestros antepasados, en las
que se invirtieron grandes recursos y por las que pasaron algunos de los mejores
ingenieros y militares de su tiempo. Y es que las playas en las que hoy nos
tumbamos para descansar plácidamente fueron durante muchos siglos cualquier
cosa menos lugares de descanso. Yo, por si acaso, seguiré mirando al horizonte.
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