martes, 4 de octubre de 2016

Torres de vigilancia costeras en España





Monográfico | Piratas

TORRES DE VIGILANCIA COSTERAS EN ESPAÑA

¡MOROS EN LA COSTA!




Las torres de vigilancia costera son una serie de edificaciones militares construidas en España durante los siglos XVI y XVII para la defensa del territorio. Estas torres centinela formaron parte de un cinturón defensivo contra ataques marítimos que recorría todo el litoral este y sureste de la península. Hoy día pueden verse principalmente en Murcia, Alicante, Málaga y Almería.

Muchas de ellas desaparecieron, otras se encuentran en ruinas o se han reconvertido en faros y sólo unas pocas han sido restauradas y protegidas. Con un poco de tiempo libre, protección solar y gasolina podemos hacernos una buena idea del patrimonio histórico-artístico que nuestra provincia atesora bajo el sol de sus playas. Y eso hemos hecho.

La piratería ha estado ligada a nuestra península desde el mismo nacimiento de la navegación. Pueblos del mar, romanos y vikingos asediaron nuestras costas en la antigüedad pero no fue hasta el siglo XVI cuando estos ataques supusieron para España un verdadero problema en su defensa.

Hasta el siglo XVII, en que los frentes principales se trasladaron al océano Atlántico, la guerra se decidía en el Mediterráneo. Pero estas aguas de bajo bordo presentaban unas formas diferentes de navegación. El Mediterráneo, por ser un mar relativamente tranquilo, permitía naves más ligeras a los grandes galeones trasatlánticos, del tipo galera o galeote, embarcaciones de poco calado, perfectas para el  desembarco en playas y rápidas en caso de retirada. Por ello, los ataques a navíos y poblaciones costeras fueron una constante a la que tuvieron que hacer frente nuestros más antiguos antepasados.


                                        


A lo largo de todo el litoral mediterráneo podemos definir un cuadro del corso en España con los cinco grandes cabos de la costa española: el cabo de Creus, junto a Cadaqués, en Cataluña; el de San Martín, cerca de Jávea, en Alicante: el cabo de Palos, en Murcia; el cabo de Gata, en Almería, y Gibraltar.

A principios del siglo XVI salieron de Granada miles de moriscos expulsados a Berbería y desde el asentamiento turco en Argel en 1516, toda la costa del Mediterráneo español se vio amenazada por los ataques de estos piratas berberiscos. Eran los mofíes, musulmanes proscritos llagados de maltratos, injusticias y  deseosos de venganza.

Entre todos ellos caben destacar las figuras de  los hermanos Aruch y Jeireddin Barbarroja, piratas al servicio del imperio Otomano que en pocos años lograron construir uno de los reinos corsarios más importantes de la historia.




El rey Carlos I necesitaba proteger las costas españolas pero las arcas del estado, mermadas por sucesivas y costosas guerras, no podían asumir un proyecto de tal envergadura. Finalmente, se dispuso un sistema impositivo local, trasladando a los pueblos y ciudades costeras la responsabilidad de defenderlas no sin antes fortificarlas con torres y baterías de defensa.

Así en 1526, se levantaba la torre de La Encañizada en La Manga del Mar Menor, en 1539 el Concejo de Lorca edificaba el fortín de la Torre de Cope y en 1557 se terminaba la torre de la Isleta de El Campello, en Alicante.

El siglo XVI fue el comienzo de un sistema defensivo que culminó Felipe II durante el siglo XVII armando el litoral mediterráneo de construcciones defensivas, torres y fortalezas de  imponentes fachadas con vistas panorámicas de enorme belleza. Esta empresa recuperó también antiguas torres centinelas de origen musulmán que aún se conservan tras su restauración.


                                        


Desde este promontorio de Torrevieja se alzaba la antigua torre de Cabo Cervera, una de las más antiguas del Reino de Valencia, construida para avistar la llegada de piratas berberiscos a comienzos del siglo XIV.

La Torre del Moro, como se conoce en la actualidad, formaba parte de un sistema de torres costeras que la hacían visible desde el Castillo de Guardamar y la antigua torre vieja de la ciudad, hoy desaparecida. Su aspecto ha variado mucho a lo largo del tiempo debido a sucesivas restauraciones, siendo la de 2006 la que le otorga su imagen actual.

La función en la defensa de las ciudades fue tan importante para sus habitantes que dieron nombre a poblaciones como Torrevieja o Torre de la Horadada y su recuerdo queda patente  en muchos casos en sus escudos de armas.




En 1568, Vespasiano Gonzaga y Juan Bautista Antonelli, prestigioso ingeniero militar de Felipe II, diseñaron un sistema basado en torres costeras que permitieran alertar de la llegada de naves enemigas y defenderse de sus ataques. Dentro de tan ambicioso plan, entre los siglos XVI y XVII, se levantaron gran parte de las torres costeras que se conservan en la actualidad.

Juan Bautista Antonelli fue el primero de una saga familiar de ingenieros militares con origen italiano que trabajaron para la Corona Española durante los siglos XVI y XVII. Tanto el primero, como su hermano Bautista Antonelli y el hijo de éste, Bautista Antonelli ‘el mozo’, diseñaron y supervisaron la construcción de torres y fortalezas defensivas tanto en la península como en las nuevas colonias americanas.

La mayoría de las torres seguían un modelo tradicional de planta cilíndrica con forma tronco-piramidal aunque también encontramos algunas cuadradas o hexagonales. Por lo general, se levantaban con mampostería sobre una base o plinto a partir de la cual se asentaba el primer cuerpo de la torre, realizado en tierra poco compacta para absorber el impacto de las balas.

La altura y el diámetro variaban en función de las características geográficas y la vulnerabilidad de la zona. Según fuera la extensión del territorio a proteger podemos encontrar desde fortalezas abaluartadas tan grandes como castillos como el de Guardamar o Denia, torres-fortín como la torre de Cope en Águilas o torres centinelas como la del Charco en Villajoyosa o la del Marenyet en Cullera.

El espacio interior se estructuraba en una o dos plantas, tres si contamos la azotea, de entre cuatro y seis metros de altura por piso.  Sobre el cuerpo inferior estaba la puerta, a la que se accedía por una escala que podía ser retirada para evitar la entrada del enemigo en caso de ataque.

                                      


El primer piso estaba provisto con un aljibe, una primitiva cocina con chimenea y una despensa, en la mayoría de los casos, y su techo era de ladrillo abovedado. La segunda planta se destinaba a la estancia de los torreros y al almacén de artillería; se accedía a través de una escalera de caracol embutida en el muro que llegaba hasta la azotea. Las paredes contaban con estrechos vanos que ofrecían visibilidad desde el interior de la torre y daban luz y ventilación a la estancia. La parte superior estaba almenada y era el puesto de vigilancia donde la guardia oteaba el horizonte y daba la señal de alerta en caso de ataque. Aquí se disponía la artillería sobre un pretil o parapeto que permitía orientar los cañones en la dirección que fuera necesaria.

En caso de ataque, sobre la terraza de la torre se realizaban ahumadas si era de día y fogatas durante la noche, que avisaban al resto de torres, iglesias y poblaciones colindantes. Del mismo modo, las torres del litoral servían de refugio para los pescadores a la espera de la llegada de la ayuda desde los pueblos y ciudades.

Por su parte, las torres post-litorales tenían la función de replicar el aviso hacia el interior con nuevas ahumadas o fogatas, al tiempo que servían de refugio, en caso necesario, a los campesinos de los alrededores. La torre de Tamarit emplazada en el Parque Natural de las Salinas de Santa Pola es un buen ejemplo de esta tipología de torres.

A pesar de la aparente modestia de su arquitectura y del estado en el que se encuentran, estas torres y fortalezas fueron obras de vital importancia para nuestros antepasados, en las que se invirtieron grandes recursos y por las que pasaron algunos de los mejores ingenieros y militares de su tiempo. Y es que las playas en las que hoy nos tumbamos para descansar plácidamente fueron durante muchos siglos cualquier cosa menos lugares de descanso. Yo, por si acaso, seguiré mirando al horizonte.


                                        


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