domingo, 2 de octubre de 2016

Batallas navales y grabados corsarios





Monográfico | Piratas

BATALLAS NAVALES Y GRABADOS CORSARIOS

PINTURA SOBRE PIRATERÍA


La Historia del Arte cuenta en su extenso catálogo de imágenes con una buena cantidad de lienzos, grabados e ilustraciones que hacen referencia a piratas y corsarios repartidos por museos navales de todo el mundo. En algunos casos, se trata de obras con un valor menor, circunstancial o anecdótico, más histórico que artístico, pero en otros podemos encontrarnos con trabajos muy minuciosos pertenecientes a artistas tan importantes como Delacroix, Turner, Gêròme o Howard Pyle. Se trata de auténticos testimonios gráficos que dan prueba de la existencia de estos marineros, les ponen rostro y los sitúan en un espacio muy real que en ocasiones ha quedado desfigurado por la leyenda y la fantasía literaria.

La visión que tenemos actualmente del mundo de la piratería es en gran medida fruto de la literatura y el cine, géneros que convirtieron a estos personajes de leyenda en una mina de aventuras y héroes románticos para el gran público. Novelas como ‘La Isla del tesoro’ de Robert Louis Stevenson (1883), ‘El corsario negro’ de Emilio Salgari (1898) o ‘El Capitán Blood’ de Rafael Sabatini (1922), lograron cautivar la imaginación de artistas del séptimo arte que las llevaron a la gran pantalla y crearon nuevas historias. Pero ninguno de estos cineastas podrían haber proyectado sus películas y series de televisión sin la ayuda de las obras de arte que veremos a continuación.





Uno de los géneros pictóricos que mejor han documentado los actos de piratería es la pintura de marinas, temática que tuvo una especial repercusión en Europa en los siglos XVII y XVIII. Batallas navales, abordajes y galeones fueron representados por maestros de toda condición para complacer y revestir los despachos de monarcas y altos militares. Las victorias y gestas navales fueron tan solicitadas que llegaron a constituir un nuevo subgénero dentro de la pintura de paisajes marítimos.

Durante este periodo de tiempo se produjeron algunas de las batallas navales más importantes de la Historia, campañas militares que marcaron el destino y las relaciones de los países enfrentados como la batalla de Preveza (1538), la de Lepanto (1572), las que acabaron con la Armada Invencible o la de Trafalgar.

Sin embargo, no todo fueron gestas nobles. Como en toda contienda, el juego sucio estuvo presente y fue en muchos casos consecuencia de estos enfrentamientos. De esta manera las acciones de piratería y corso fueron un recurso frecuente y dieron como resultado las llamadas guerras de baja intensidad, preámbulo de las grandes batallas. Éstas también fueron representadas y suponen en algunos casos los únicos documentos gráficos de éstos ataques.


                                        


Al margen de los pasajes náuticos, los piratas, sus buques, abordajes y demás episodios histórico-mítico-literarios tuvieron también su espacio en la pintura de historia, las escenas de género o el retrato. De hecho, otra de las fuentes que más documentación han aportado al mundo de la piratería han sido los grabados e ilustraciones que acompañaron los primeros relatos sobre sus ataques a flotas y ciudades portuarias.

Uno de los libros más antiguos y mejor ilustrados se titula ‘Los bucaneros de América’, escrito por Alexandre Exquemelin y publicado por primera vez en 1678.  En él se relatan en primera persona algunos de los ataques y crímenes llevados a cabo por importantes piratas como Henry Morgan o El Olonés. Se trata de un texto veraz, la autobiografía del llamado médico de los piratas, ya que su autor fue el cirujano que acompañó y formó parte de estas tripulaciones.

En 1724 se publicaba la ‘Historia general de los piratas’, otro de los libros que mejor ilustran estos personajes y que narraba y actualizaba sus incursiones.  Su autor firmaba como el Capitán Charles Johnson, un posible pseudónimo del escrito Daniel Dafoe, autor de la conocida novela Robinson Crusoe. En él aparecen por primera vez muchos de los piratas más conocidos como Black Bart Roberts o Barbanegra.

La trilogía de estos libros ilustrados podría completarse con ‘The Pirates Own Book’ escrito por Charles Ellms en 1837.


                                        


La aparición de estos personajes en el ámbito artístico durante los siglos XVII y XVIII no se limita a marinas y grabados, al contrario, son muchos los retratos y cuadros de historia que se conservan sobre algunos de los corsarios más celebres de la historia.

Los corsarios fueron piratas al servicio de las coronas europeas con patente de corso o autorización real para llevar a cabo ataques contra flotas y galeones de naciones enemigas en periodos de guerra. Uno de los más famosos fue Sir Francis Drake, corsario por excelencia de la Reina Isabel I de Inglaterra.

Llegó a tener un papel muy importante en la política de la época y acumuló una gran fortuna siendo el primer inglés en dar la vuelta al mundo. Debido a esto, se conservan muchos retratos, grabados y marinas describiendo sus ataques a flotas españolas y francesas. Es el corsario del que más retratos y estatuas se han realizado.




De entre todos los cuadros que se conservan cabe destacar el triple retrato que exhibe el  Museo Marítimo Nacional de Greenwich, en Londres, el cual representa a los tres corsarios isabelinos más importantes de Inglaterra en el siglo XVI: John Hawkins, el citado Francis Drake y Thomas Cavendish.

A la izquierda está John Hawkins, tesorero y controlador de la Armada Británica en 1573, con un sombrero y cadenas de oro. Drake, primo de Hawkins, se encuentra en el centro y su brazo derecho se apoya en un globo terráqueo, signo que denota su condición de aventurero. Lleva un doblete de cuero sin mangas. Cavendish, el tercero de estos corsarios, se muestra de pie a la derecha. Lleva un doblete roja y manto negro, tanto cosido con perlas, y un pendiente de oro en la oreja izquierda.

Procede de la escuela británica del siglo XVII pero es posible que esta obra sea una copia de una pintura original de Daniel Myten, pintor naturalista holandés. 

Sin embargo, la obra maestra del siglo XVII en este sentido es el 'Retrato de pirata sarraceno' del pintor barroco Pier Franceso Mola, pintado en 1650 y conservado en el Museo del Louvre.


                                        


Los siglos XVIII y XIX pusieron de moda todas estas historias de tesoros y piratas gracias a las leyendas de héroes de batalla que estos acontecimientos habían generado… y los artistas no las pasaron por alto. Muchos pusieron su mirada romántica e innovadora en estos personajes y los envolvieron en un halo de misterio y exotismo,  una combinación que produjo una atracción tan fuerte por el gran público que todavía se mantiene en la actualidad.

Por otro lado, los logros de la revolución industrial mecanizaron el uso de la imprenta, la cual originó las primeras publicaciones periódicas, noticiarios y narraciones que llegaban rápidamente a un público cada vez más numeroso. Nacieron entonces los primeros diarios y semanarios de tirada así como también cientos de cuentos infantiles y novelas de aventuras que demandaban una ilustración capaz de adaptarse a pequeños formatos, fáciles de reproducir y de entender por un público diverso.

Esta demanda fue el germen de uno de los movimientos artísticos más libres y heterogéneos que ha conocido la historia del arte y que ha producido imágenes de gran belleza e imaginación. Hablamos de la  Edad de Oro de la ilustración, un periodo comprendido entre 1880 y 1920 que dio a luz a artistas como John Tenniel, Walter Crane, Arthur Rackham y un largo etcétera de artistas geniales. Pero si hay un artista vinculado a la representación de piratas y que más glorias ha otorgado a este género, ése es el norteamericano Howard Pyle.


                                        


Howard Pyle (1853-1910) es uno de los ilustradores más importantes de Estados Unidos y posiblemente el artista que mejor ha sabido plasmar la imagen de los piratas a lo largo de su carrera. Pyle creció leyendo todas estas historias de bucaneros y realizó varios viajes para documentar los relatos cortos, artículos y cuentos infantiles que en muchas ocasiones él mismo escribía e ilustraba. Todo este material fue recopilado y publicado póstumamente como ‘El libro de los piratas de Howard Pyle’ en 1921, convirtiéndose en la obra definitiva sobre éstas ilustraciones y fuente recurrente de la estética del bucanero moderno.

Pyle obtuvo reconocimiento rápidamente y a temprana edad lo que le permitió establece su propio taller y posteriormente su propia academia de pintura en su ciudad natal, Wilmington, Delawere, de donde nació la Escuela de Brandywine Valley.

Algunos de los mejores ilustradores estadounidenses salieron de esta escuela y continuaron el legado de Howard Pyle tras su muerte como los artistas  N.C. Wyet (1882-1945), ilustrador de la primera edición de ‘La isla del teroso’ (1911) y Frank Schoonover.


                                       



No podemos terminar este apartado, sin hacer alusión a una de las obras más importantes que seguro hemos visto alguna vez en libros de historia y películas de aventuras. Se trata de ‘La captura de Barbanegra’ del artista francés Jean-León Gérôme de 1920.

Gérôme fue un artista francés, pintor de historia, apasionado del detalle, lo anecdótico y creador de composiciones casi cinematográficas, alejadas de las composiciones y temas habituales. El pintor captura en este lienzo de manera vibrante el momento decisivo de la captura de Barbanegra a manos del general británico Robert Maynard el 2 de diciembre de 1718.

En el centro de la imagen, las dos figuras se baten heroicamente y con rabia en un espacio donde el movimiento invade toda la acción. Los protagonistas se sitúan en un fondo de batalla, con personajes envueltos en acciones violentas propias de un abordaje y con las inclemencias del mar y el viento presentes en todo el escenario, elementos todos ellos representados de manera que refuerzan el dinamismo de la obra. Solo hay un detalle en el cuadro en el que el movimiento parece detenerse y es el ojo de Barbanegra. Su mirada se representa clavada en su enemigo en un último ademán siniestro antes de ser ajusticiado por más de 5 disparos. Gérôme convierte así una escena intrascendente para la historia general en una gesta heroica a la altura de reyes o dioses grecorromanos.







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