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Monográficos | Piratas
ARQUITECTURA DEFENSIVA CONTRA ATAQUES PIRATAS
CENTINELAS DE LAS COSTAS
FORTALEZAS COLONIALES DEL MAR CARIBE
LA DEFENSA DEL PARAÍSO
El mar caribe es mucho más que
sol y playa. Su perímetro costero alberga el mayor sistema defensivo construido
en su tipología repartido en más de 20 países del continente americano. Fue
edificado para defender las nuevas tierras conquistadas españoles, ingleses y
franceses y para proteger las rutas marítimas que atravesaban la Carrera de
Indias cargadas de oro. Este patrimonio se materializa en más de 50 fortificaciones
repartido por la República Dominicana, Colombia, Panamá, Jamaica, Cuba, México
o Puerto Rico.
La arquitectura militar se ha
llevado a cabo en determinados períodos de desarrollo científico-técnico y ha
estado condicionada siempre a multitud de factores, una combinación de
elementos que la ha mantenido en una constante evolución y adaptación en el
tiempo. Sus patrones constructivos se han modificado, se han adecuado y se han
modernizado a través de la historia a fin de responder las nuevas necesidades
de estas construcciones.
El patrimonio de las
fortificaciones surge y se desarrolla en América entre los siglos XVI y XIX. Específicamente,
en la región del Mar Caribe, España estableció un itinerario de ida y retorno,
denominado Carrera de Indias, que hoy tiene una gran connotación histórica y
cultural por el tráfico de oro, plata y artículos suntuosos extraídos de los
virreinatos del Perú y Nueva España. Estas fortificaciones tuvieron la misión
de garantizar la estabilidad comercial y la protección de las nuevas colonias del
contrabando, el corso y la piratería.
A partir del siglo XVI se
origina una arquitectura para la defensa, armónica, equilibrada, proporcional,
monumental y funcional. El siglo XVIII, a su vez, incorpora la influencia de
los clásicos de la arquitectura militar, sintetizando una obra perfeccionada capaz
de adaptarse a la geografía de cada región.
Un ejemplo de modernidad e
identidad se identifica en los materiales de construcción y en la variedad de
diseños geométricos elaborados por expertos ingenieros militares. La piedra
coralina y la de cantería se utilizaron para levantar grandes muros de sillares
que debían soportar armas de fuego con
gran poder de penetración. La madera, para los trabajos de carpintería; el
hierro, para puertas, ventanas y rejas; y la teja destinaba a las cubiertas de
las edificaciones complementarias como cuarteles, almacenes de alimentos,
caballerizas, etc.
Las trazas de la mayoría de
las fortificaciones son geométricas y aunque los accidentes geográficos no
permitieron que siempre fueran regulares, no perdieron estas perspectivas. Cada
tipología respondía a una determinada función: torres homenaje, fortalezas abaluartadas,
murallas, baterías, polvorines y casas de guardia son testimonios de una obra
legada por prestigiosos ingenieros, maestros de oficio y una mano de obra
heterogénea de esclavos, prisioneros y obreros asalariados.
Tampoco se quedan atrás los
bienes muebles, que se conservan en las fortificaciones como cañones y cureñas,
campanas, escudos, inscripciones y dibujos sobre piedra para dejar constancia
de las fechas significativas e históricas, pinturas murales que dejan huellas
iconográficas de embarcaciones de diferentes épocas y otros elementos necesarios
en este tipo de construcciones.
Si nos atenemos a su tamaño,
las fortalezas más importantes fueron construidas en las colonias españolas ya
que son las que más tiempo han permanecido en estos puntos geográficos, algunas
con más de cuatro siglos de antigüedad. Ingleses y franceses se establecieron
en islas más pequeñas y, por lo tanto, el tamaño de sus sistemas defensivos fue
inferior. A continuación vamos a planear por algunas de estas fortificaciones caribeñas.
Castillo de San Lorenzo el Real de Chagre. 1598-1601. Portobello. Panamá
El primero de nuestros destinos se encuentra en la capital de Panamá. Testigo mudo de batallas y ataques piratas, el Fuerte de San Lorenzo se yergue desde finales del siglo XVI en la costa caribeña de Portobello. El también llamado Castillo de San Lorenzo el Real, protegía la entrada del rio Chagres, ruta de penetración a la ciudad de Panamá y una de las vías comerciales más importantes del Nuevo Mundo.
La estructura original era la de un fuerte avanzado, rodeado de empalizadas llenas de tierra que servían de muros. Su valor defensivo radicaba en el sitio que domina una amplia extensión del mar, lo que facilitaba la defensa de la desembocadura del río. Por ello se le consideró como centinela del gran triángulo estratégico del istmo.
La fortaleza está construida sobre un relleno en dos niveles, comunicados por una escalinata y una rampa que facilitaba el traslado de pólvora, agua o alimentos rodando en barriles. Se aprecia aún el aljibe en el que se recogía el agua de lluvia, el puente levadizo que circunda los muros de piedra, el camino de la ronda, algunas garitas de ladrillo o el patio de armas donde la guarnición dominaba el horizonte.
Esta fortaleza fue asaltada en 1570 por uno de los piratas más famoso de la historia, el corsario Henry Morgan, antes de su saqueo a Portobello. Derribado y reconstruido en varias ocasiones a lo largo de los siglos, el Fuerte de San Lorenzo, fue declarado Patrimonio mundial de la humanidad en 1980.
Castillo de San Felipe de Barajas. 1657. Cartagena de Indias. Colombia
La siguiente parada de nuestra travesía nos traslada a Colombia donde se levanta el Castillo de San Felipe de Barajas. Es la construcción militar más grande del caribe español y uno de los mayores atractivos de la ciudad de Cartagena de Indias.
Cartagena siempre fue una plaza deseada por piratas y enemigos de la Corona Española, por esta razón la defensa de la ciudad fue una cuestión prioritaria desde las primeras décadas de existencia de la ciudad. Una vez fortificado el primitivo núcleo de Cartagena, se contempla la necesidad de emplazar en el cerro de San Lázaro una estructura que impidiera un ataque enemigo desde su cumbre, ya que ésta dominaba las murallas y la única entrada a la ciudad.
Entre sus partes podemos destacar: la entrada principal, la plaza de armas, una garita de guardia, la residencia del castellano, el tendal para el artillero, varias galerías subterráneas y algunos almacenes de pólvora.
Castillo de Los Tres Reyes del Morro. 1589-1630. La Habana. Cuba
De Cartagena de Indias tomamos rumbo a Cuba para sobrevolar una de las fortalezas más bellas del Caribe: el castillo del Morro.
El Castillo de los Tres Reyes del Morro fue erigido entre los años 1589 y 1630 con la finalidad de proteger la entrada al puerto de La Habana. Se alza en un saliente rocoso conocido como El Morro sobre el Océano Atlántico. El maestro de campo Juan de Tejeda, y el ingeniero militar Bautista Antonelli fueron los encargados de diseñarlo por orden del rey de España.
La fortaleza fue concebida con forma irregular poligonal, muros de tres metros de grosor y profundos fosos, elementos todos ellos que la confirman como un gran ejemplo de arquitectura militar renacentista. Además, una serie de terrazas descendentes la dotan de una elegancia armónica natural que la mimetizan con el enclave rocoso de la isla.
Sus muros soportaron ataques de corsarios holandeses, franceses e ingleses por más de un siglo y llegó a ser propiedad británica durante algunos años después de que en 1762, una fuerza de catorce mil hombres y tras un asedio que duró 44 días, lograra capturar El Morro.
Actualmente, el castillo alberga el Museo Marítimo Nacional y forma parte del Parque Histórico Militar Morro-Cabaña.
Castillo de San Felipe del Morro. 1539-1587. San Juan. Puerto Rico
La última parada de nuestro viaje por el Mar Caribe aterriza en uno de los lugares más fotografiados de Puerto Rico, es El Castillo de San Felipe del Morro.
Reconocido en 1983 como Patrimonio Mundial, este castillo fue construido por los españoles para defender la entrada de la bahía de San Juan. En 1595, la primitiva fortaleza fue atacada sin éxito por el corsario más importante de Inglaterra, Sir Francis Drake. Por ello, la corona española mandó a los ingenieros militares Juan de Tejeda y Bautista Antonelli la reedificación del edificio, los cuales rediseñaron la apariencia actual del Castillo de San Felipe.
Existen otras construcciones repartidas por el Caribe que custodiaron igualmente las colonias americanas, son muchas, como la de San Felipe en la República Dominicana, las ruinas de la ciudad de Port Royal en Jamaica o el Castillo de San Marcos en San Agustín, Florida, EE.UU.
A partir del último cuarto del siglo XX este patrimonio puso en valor sus valores históricos, culturales y patrimoniales. Esperamos que este viaje ayude a defender y proteger este legado tan diverso para el disfrute de las actuales y futuras generaciones.
El primero de nuestros destinos se encuentra en la capital de Panamá. Testigo mudo de batallas y ataques piratas, el Fuerte de San Lorenzo se yergue desde finales del siglo XVI en la costa caribeña de Portobello. El también llamado Castillo de San Lorenzo el Real, protegía la entrada del rio Chagres, ruta de penetración a la ciudad de Panamá y una de las vías comerciales más importantes del Nuevo Mundo.
La estructura original era la de un fuerte avanzado, rodeado de empalizadas llenas de tierra que servían de muros. Su valor defensivo radicaba en el sitio que domina una amplia extensión del mar, lo que facilitaba la defensa de la desembocadura del río. Por ello se le consideró como centinela del gran triángulo estratégico del istmo.
La fortaleza está construida sobre un relleno en dos niveles, comunicados por una escalinata y una rampa que facilitaba el traslado de pólvora, agua o alimentos rodando en barriles. Se aprecia aún el aljibe en el que se recogía el agua de lluvia, el puente levadizo que circunda los muros de piedra, el camino de la ronda, algunas garitas de ladrillo o el patio de armas donde la guarnición dominaba el horizonte.
Esta fortaleza fue asaltada en 1570 por uno de los piratas más famoso de la historia, el corsario Henry Morgan, antes de su saqueo a Portobello. Derribado y reconstruido en varias ocasiones a lo largo de los siglos, el Fuerte de San Lorenzo, fue declarado Patrimonio mundial de la humanidad en 1980.
La siguiente parada de nuestra travesía nos traslada a Colombia donde se levanta el Castillo de San Felipe de Barajas. Es la construcción militar más grande del caribe español y uno de los mayores atractivos de la ciudad de Cartagena de Indias.
Cartagena siempre fue una plaza deseada por piratas y enemigos de la Corona Española, por esta razón la defensa de la ciudad fue una cuestión prioritaria desde las primeras décadas de existencia de la ciudad. Una vez fortificado el primitivo núcleo de Cartagena, se contempla la necesidad de emplazar en el cerro de San Lázaro una estructura que impidiera un ataque enemigo desde su cumbre, ya que ésta dominaba las murallas y la única entrada a la ciudad.
Entre sus partes podemos destacar: la entrada principal, la plaza de armas, una garita de guardia, la residencia del castellano, el tendal para el artillero, varias galerías subterráneas y algunos almacenes de pólvora.
De Cartagena de Indias tomamos rumbo a Cuba para sobrevolar una de las fortalezas más bellas del Caribe: el castillo del Morro.
El Castillo de los Tres Reyes del Morro fue erigido entre los años 1589 y 1630 con la finalidad de proteger la entrada al puerto de La Habana. Se alza en un saliente rocoso conocido como El Morro sobre el Océano Atlántico. El maestro de campo Juan de Tejeda, y el ingeniero militar Bautista Antonelli fueron los encargados de diseñarlo por orden del rey de España.
La fortaleza fue concebida con forma irregular poligonal, muros de tres metros de grosor y profundos fosos, elementos todos ellos que la confirman como un gran ejemplo de arquitectura militar renacentista. Además, una serie de terrazas descendentes la dotan de una elegancia armónica natural que la mimetizan con el enclave rocoso de la isla.
Sus muros soportaron ataques de corsarios holandeses, franceses e ingleses por más de un siglo y llegó a ser propiedad británica durante algunos años después de que en 1762, una fuerza de catorce mil hombres y tras un asedio que duró 44 días, lograra capturar El Morro.
Actualmente, el castillo alberga el Museo Marítimo Nacional y forma parte del Parque Histórico Militar Morro-Cabaña.
Castillo de San Felipe del Morro. 1539-1587. San Juan. Puerto Rico
La última parada de nuestro viaje por el Mar Caribe aterriza en uno de los lugares más fotografiados de Puerto Rico, es El Castillo de San Felipe del Morro.
Reconocido en 1983 como Patrimonio Mundial, este castillo fue construido por los españoles para defender la entrada de la bahía de San Juan. En 1595, la primitiva fortaleza fue atacada sin éxito por el corsario más importante de Inglaterra, Sir Francis Drake. Por ello, la corona española mandó a los ingenieros militares Juan de Tejeda y Bautista Antonelli la reedificación del edificio, los cuales rediseñaron la apariencia actual del Castillo de San Felipe.
Existen otras construcciones repartidas por el Caribe que custodiaron igualmente las colonias americanas, son muchas, como la de San Felipe en la República Dominicana, las ruinas de la ciudad de Port Royal en Jamaica o el Castillo de San Marcos en San Agustín, Florida, EE.UU.
A partir del último cuarto del siglo XX este patrimonio puso en valor sus valores históricos, culturales y patrimoniales. Esperamos que este viaje ayude a defender y proteger este legado tan diverso para el disfrute de las actuales y futuras generaciones.
Las torres de vigilancia
costera son una serie de edificaciones militares construidas en España durante
los siglos XVI y XVII para la defensa del territorio. Estas torres centinela
formaron parte de un cinturón defensivo contra ataques marítimos que recorría
todo el litoral este y sureste de la península. Hoy día pueden verse
principalmente en Murcia, Alicante, Málaga y Almería.
Muchas de ellas desaparecieron,
otras se encuentran en ruinas o se han reconvertido en faros y sólo unas pocas
han sido restauradas y protegidas. Con un poco de tiempo libre, protección
solar y gasolina podemos hacernos una buena idea del patrimonio
histórico-artístico que nuestra provincia atesora bajo el sol de sus playas. Y
eso hemos hecho.
La piratería ha estado ligada
a nuestra península desde el mismo nacimiento de la navegación. Pueblos del mar,
romanos y vikingos asediaron nuestras costas en la antigüedad pero no fue hasta
el siglo XVI cuando estos ataques supusieron para España un verdadero problema
en su defensa.
Hasta el siglo XVII, en que
los frentes principales se trasladaron al océano Atlántico, la guerra se decidía
en el Mediterráneo. Pero estas aguas de bajo bordo presentaban unas formas
diferentes de navegación. El Mediterráneo, por ser un mar relativamente
tranquilo, permitía naves más ligeras a los grandes galeones trasatlánticos,
del tipo galera o galeote, embarcaciones de poco calado, perfectas para el desembarco en playas y rápidas en caso de
retirada. Por ello, los ataques a navíos y poblaciones costeras fueron una
constante a la que tuvieron que hacer frente nuestros más antiguos antepasados.
A lo largo de todo el litoral
mediterráneo podemos definir un cuadro del corso en España con los cinco
grandes cabos de la costa española: el cabo de Creus, junto a Cadaqués, en
Cataluña; el de San Martín, cerca de Jávea, en Alicante: el cabo de Palos, en
Murcia; el cabo de Gata, en Almería, y Gibraltar.
A principios del siglo XVI
salieron de Granada miles de moriscos expulsados a Berbería y desde el
asentamiento turco en Argel en 1516, toda la costa del Mediterráneo español se
vio amenazada por los ataques de estos piratas berberiscos. Eran los mofíes, musulmanes
proscritos llagados de maltratos, injusticias y
deseosos de venganza.
Entre todos ellos caben
destacar las figuras de los hermanos
Aruch y Jeireddin Barbarroja, piratas al servicio del imperio Otomano que en
pocos años lograron construir uno de los reinos corsarios más importantes de la
historia.
El rey Carlos I necesitaba proteger
las costas españolas pero las arcas del estado, mermadas por sucesivas y
costosas guerras, no podían asumir un proyecto de tal envergadura. Finalmente,
se dispuso un sistema impositivo local, trasladando a los pueblos y ciudades costeras
la responsabilidad de defenderlas no sin antes fortificarlas con torres y
baterías de defensa.
Así en 1526, se levantaba la
torre de La Encañizada en La Manga del Mar Menor, en 1539 el Concejo de Lorca edificaba
el fortín de la Torre de Cope y en 1557 se terminaba la torre de la Isleta de
El Campello, en Alicante.
El siglo XVI fue el comienzo
de un sistema defensivo que culminó Felipe II durante el siglo XVII armando el
litoral mediterráneo de construcciones defensivas, torres y fortalezas de imponentes fachadas con vistas panorámicas de
enorme belleza. Esta empresa recuperó también antiguas torres centinelas de
origen musulmán que aún se conservan tras su restauración.
Desde este promontorio de
Torrevieja se alzaba la antigua torre de Cabo Cervera, una de las más antiguas
del Reino de Valencia, construida para avistar la llegada de piratas
berberiscos a comienzos del siglo XIV.
La Torre del Moro, como se
conoce en la actualidad, formaba parte de un sistema de torres costeras que la hacían
visible desde el Castillo de Guardamar y la antigua torre vieja de la ciudad,
hoy desaparecida. Su aspecto ha variado mucho a lo largo del tiempo debido a
sucesivas restauraciones, siendo la de 2006 la que le otorga su imagen actual.
La función en la defensa de
las ciudades fue tan importante para sus habitantes que dieron nombre a
poblaciones como Torrevieja o Torre de la Horadada y su recuerdo queda
patente en muchos casos en sus escudos
de armas.
En 1568, Vespasiano Gonzaga y Juan
Bautista Antonelli, prestigioso ingeniero militar de Felipe II, diseñaron un
sistema basado en torres costeras que permitieran alertar de la llegada de
naves enemigas y defenderse de sus ataques. Dentro de tan ambicioso plan, entre
los siglos XVI y XVII, se levantaron gran parte de las torres costeras que se
conservan en la actualidad.
Juan Bautista Antonelli fue el
primero de una saga familiar de ingenieros militares con origen italiano que
trabajaron para la Corona Española durante los siglos XVI y XVII. Tanto el
primero, como su hermano Bautista Antonelli y el hijo de éste, Bautista
Antonelli ‘el mozo’, diseñaron y supervisaron la construcción de torres y
fortalezas defensivas tanto en la península como en las nuevas colonias
americanas.
La mayoría de las torres seguían
un modelo tradicional de planta cilíndrica con forma tronco-piramidal aunque
también encontramos algunas cuadradas o hexagonales. Por lo general, se
levantaban con mampostería sobre una base o plinto a partir de la cual se
asentaba el primer cuerpo de la torre, realizado en tierra poco compacta para
absorber el impacto de las balas.
La altura y el diámetro
variaban en función de las características geográficas y la vulnerabilidad de
la zona. Según fuera la extensión del territorio a proteger podemos encontrar
desde fortalezas abaluartadas tan grandes como castillos como el de Guardamar o
Denia, torres-fortín como la torre de Cope en Águilas o torres centinelas como
la del Charco en Villajoyosa o la del Marenyet en Cullera.
El espacio interior se
estructuraba en una o dos plantas, tres si contamos la azotea, de entre cuatro
y seis metros de altura por piso. Sobre el
cuerpo inferior estaba la puerta, a la que se accedía por una escala que podía
ser retirada para evitar la entrada del enemigo en caso de ataque.
El primer piso estaba provisto
con un aljibe, una primitiva cocina con chimenea y una despensa, en la mayoría
de los casos, y su techo era de ladrillo abovedado. La segunda planta se
destinaba a la estancia de los torreros y al almacén de artillería; se accedía
a través de una escalera de caracol embutida en el muro que llegaba hasta la
azotea. Las paredes contaban con estrechos vanos que ofrecían visibilidad desde
el interior de la torre y daban luz y ventilación a la estancia. La parte
superior estaba almenada y era el puesto de vigilancia donde la guardia oteaba
el horizonte y daba la señal de alerta en caso de ataque. Aquí se disponía la
artillería sobre un pretil o parapeto que permitía orientar los cañones en la
dirección que fuera necesaria.
En caso de ataque, sobre la
terraza de la torre se realizaban ahumadas si era de día y fogatas durante la
noche, que avisaban al resto de torres, iglesias y poblaciones colindantes. Del
mismo modo, las torres del litoral servían de refugio para los pescadores a la
espera de la llegada de la ayuda desde los pueblos y ciudades.
Por su parte, las torres
post-litorales tenían la función de replicar el aviso hacia el interior con
nuevas ahumadas o fogatas, al tiempo que servían de refugio, en caso necesario,
a los campesinos de los alrededores. La torre de Tamarit emplazada en el Parque
Natural de las Salinas de Santa Pola es un buen ejemplo de esta tipología de
torres.
A pesar de la aparente
modestia de su arquitectura y del estado en el que se encuentran, estas torres y
fortalezas fueron obras de vital importancia para nuestros antepasados, en las
que se invirtieron grandes recursos y por las que pasaron algunos de los mejores
ingenieros y militares de su tiempo. Y es que las playas en las que hoy nos
tumbamos para descansar plácidamente fueron durante muchos siglos cualquier
cosa menos lugares de descanso. Yo, por si acaso, seguiré mirando al horizonte.
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