MUSEOS Y GALERÍAS DE ARTE
MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA
VALLADOLID
Por la calidad de las obras, la belleza del edificio y la modernidad de
su presentación, el Museo Nacional de Escultura de Valladolid es uno de los más
originales del mundo. La escultura devocional realizada por los grandes
artistas del Renacimiento y Barroco es una de las más relevantes señas de
identidad de la historia española y lo más destacado de las colecciones.
En la ciudad de Valladolid se encuentra
en Museo Nacional de Escultura, uno de los museos más importantes y singulares
de Europa. Se encuentra en el corazón monumental de la ciudad y se extiende por
la calle peatonal Cadenas de San Gregorio hasta ocupar tres de sus edificios
históricos más representativos.
El Colegio de San Gregorio, joya
arquitectónica del gótico peninsular, alberga en sus espacios una magnífica
colección de escultura de la fase más rica de nuestra historia, de los siglos
XV al XVIII, vinculada a artistas tan célebres como Alonso Berruguete, Gregorio
Fernández, Juan de Juni o Pedro de Mena. Frente al Colegio de San Gregorio, el
Palacio de Villena, residencia nobiliaria del siglo XVI, expone un Belén
Napolitano de más de 600 piezas del siglo XVIII. Por último, la tercera sede, la Casa del Sol,
se presenta parte de la colección del extinguido Museo Nacional de
Reproducciones Artísticas. El Museo Nacional de Escultura es en su conjunto una
colección única y sin duda una de las
más importantes del mundo.
COLEGIO DE SAN GREGORIO: Colección permanente
Edificio
Antes de acceder a la exposición
debemos hacer un alto frente a la entrada porque el extraordinario edificio que
lo acoge es una obra maestra del gótico flamígero español. El Colegio de San
Gregorio se construyó a finales del siglo XV y recoge toda la herencia del
gótico más elaborado y ornamental como vemos en el patio y sobretodo en su excepcional
fachada.
La Capilla ocupa también un papel
singular y privilegiado en el conjunto del Museo y de la colección, por
tratarse de un recinto que conserva casi intacta la atmósfera del lugar, apenas
sometido a ningún artificio museográfico.
En esta capilla tuvo lugar un
episodio muy importante, podríamos decir, de la historia de la Humanidad que
fue la discusión entre Bartolomé de las Casas y otra serie de teólogos del
siglo XV sobre la legitimidad de la conquista americana y los derechos de los
nativos. Aquí emerge en cierta manera el primer debato sobre los derechos
humanos, un hito estudiado en todas las facultades de derecho.
Cuando la Capilla pasó a formar
parte del Museo, en 1933, se instalaron algunas obras que evocan aquella
magnificencia original: el retablo de Alonso Berruguete, el sepulcro del obispo
Diego de Avellaneda, de Felipe Vigarny, ambas del siglo xvi, o una 23 sillería
de coro del siglo xviii. Completan el conjunto las esculturas orantes de los
duques de Lerma, realizadas por Pompeo Leoni.
ARTE Y COSTUMBRES
FUNERARIAS
“Los miedos y tabúes originales del hombre primitivo sobreviven en
nuestro alrededor. Cuando cerramos la boca y los ojos de los muertos y los
colocamos en actitud de reposo, con las manos cruzadas, creemos cumplir un acto
de piedad; pero hay razones para suponer que en esta acción piadosa hacia los
muertos sobreviven, de forma residual o sublimada, medidas tomadas contra los
muertos, para reducirlos a la impotencia e impedirles perjudicarnos, tales como
enterrarlos en receptáculos cuidadosamente sellados. Y es que el hombre no
llega a creer del todo que el fin de la vida signifique el fin de la
existencia. Este miedo primordial a la muerte está estrechamente ligado a las
costumbres funerarias, a las necesidades póstumas y al culto religioso. El arte
se ha sentido siempre poderosamente estimulado por este miedo a los muertos, y
se aplicó a ofrecerles un cobijo, por medio del sarcófago en forma de casa, del
mausoleo, o por la reproducción del difunto en forma de estatua... Y fue
precisamente en su actitud hacia los muertos donde el Renacimiento afirmó su
modernidad de la manera más vigorosa.“
Erwin Panofsky, La escultura funeraria, 1964
Colección
A continuación, accedemos a las
instalaciones de la colección permanente del museo, 20 salas que muestran lo
mejor de la imaginería española desde la Edad Media al siglo XIX.
Siglo XV. Los inicios de un arte nuevo
Desde el siglo XV, una nueva idea
del hombre y del mundo impregna el arte europeo. Es un período de transición
que proviene del gótico, pero es, a la vez, un tiempo de novedad, de
intuiciones y conquistas que anuncian el Renacimiento, y con él, la Era
Moderna. El denominador común del período es el descubrimiento de que la vida
humana es en sí misma espléndida, y merece ser observada y representada.
El arte de tema religioso
abandona el trascendentalismo medieval y el lenguaje simbólico y se hace eco de
la necesidad de una espiritualidad más subjetiva. Para ello pone en pie un
nuevo lenguaje, un realismo «documental», que exalta y explora el mundo
terrenal y la realidad visible. Las leyendas de los santos alcanzan gran
protagonismo y se convierten en una metáfora de las vidas humanas. También la
técnica contribuye: así, la invención del óleo permite una descripción
minuciosa y exacta de las cosas y los seres. Los artistas más avanzados, que
comienzan a ser conocidos por su nombre, describen el espacio natural, con sus
distancias, sus luces y sombras, ubican los cuerpos en ambientes terrenales,
copian paisajes y ciudades, los enseres domésticos y la fantasiosa belleza de
la indumentaria. Además cuentan historias, expresan sentimientos de ternura y
patetismo y presentan la muerte como una experiencia real y macabra.
Esta sala recoge una época de
cambio y transición hacia el humanismo donde comienza a verse una recreación en
la riqueza de la ornamentación, los ropajes, la naturaleza. En esta época
Castilla es un centro de poder y de las artes donde llegan multitud de obras de
distinta procedencia.
Entre las obras correspondientes
a esta época se encuentra La Piedad, una obra representativa del Gótico tardío
que refleja el avance hacia el naturalismo emprendido por algunos focos
artísticos centroeuropeos en los inicios del siglo XV.
Al siglo XV corresponden también
obras de las escuelas flamenca e hispano-flamenca como el Retablo de la vida de
la Virgen, procedente del Convento de San Francisco de Valladolid, el Retablo
de San Jerónimo, obra de Jorge Inglés, la Silla de Coro de Rodrigo Alemán y las
obras pictóricas de San Atanasio y San Luis de Tolosa del Maestro de San
Ildefonso.
Las artes en el Renacimiento. El siglo de la variedad
Durante los primeros años del
siglo XVI, conviven dentro del espíritu renacentista distintos estilos como el
clasicismo italiano, la tradición flamenca y el Manierismo de Alonso Berruguete.
Dentro de la colección artística de este siglo, se puede contemplar el Retablo
de la Pasión de Cristo, obra de fray Rodrigo de Holanda, representativo de la
estética flamenca, la Sagrada Familia, de Diego de Siloé o la Virgen con el
Niño de Felipe Vigarny.
A esta época corresponde también
la Sillería del Coro Bajo de San Benito el Real, contratada en 1525 para
celebrar los Capítulos Generales de los benedictinos en Castilla, cuyo
principal centro era el monasterio de San Benito el Real de Valladolid. Su diseño
y ensamblaje fue encargado a Andrés de Nájera. El conjunto presenta una rica
ornamentación renacentista a base de grutescos, medallones, mascarones y
trofeos.
Por último, en dos espacios diferenciados del resto, se expone parte de la producción artística de los dos
autores más importantes del Manierismo expresivo castellano del siglo XVI;
Alonso Berruguete y Juan de Juni.
Esta escultura con fines
devocionales ofrece aquella idea humanista del artista total donde se mezcla la
escultura, la pintura en la policromía y también la arquitectura de los
retablos, un conjunto fabuloso y singular de disciplinas.
Aunque el prestigio de Berruguete
y Juan de Juni ocupen el escenario escultórico del siglo XVI, es innegable que
una de las claves de la cultura artística de esta centuria es su riqueza y
variedad. Las ideas se trasmiten fácilmente y la figura del artista extranjero
se hace frecuente. Florentinos como Rabuyate, franceses como Pierre Picart,
flamencos como Arnao de Bruselas y Antonio Moro, y borgoñones como Vigarny o
Juan de Juni, se establecen en España, mientras Berruguete y Machuca se forman
en Florencia y Roma.
En este ambiente de arcaísmos,
tanteos y audacias, una repetida fórmula española condensa las tendencias que
dominan el siglo XVI: «Todo lo nuevo place».
El color, la intensidad emocional
y el exquisito estado de conservación de las obras sorprenden y asombran al
visitante. Todo se hacía con mucho cuidado y se seleccionaban las mejores
maderas en el momento adecuado. Sobre ese buen soporte se adherían materiales y
pigmentos de muy alta calidad como panes de oro y plata.
Imágenes del Barroco: Arte y Contrarreforma
El siglo XVIII es un siglo de
tristeza y de conciencia de crisis y decadencia, de aislamiento frente a
Europa. La cultura barroca, que se prolonga durante varias décadas de la
siguiente centuria, emerge sobre el fondo del cisma religioso, de la ofensiva
contrarreformista del Papado y del autoritarismo monárquico, que hará del
control de las creencias una «razón de Estado».
No es de extrañar, pues, que sea
la Iglesia la que encargue las obras, imponga los temas y dirija el
pensamiento. Propaga la creencia en los milagros y el culto a sus reliquias,
expuestas en decorados exuberantes, mezcla de magia, piedad y ostentación. Impulsa,
además, la canonización de mártires y místicos contemporáneos y populariza las
fiestas de devoción colectiva, como la Inmaculada Concepción. En ese ambiente,
las órdenes religiosas, en particular los jesuitas, se convierten en grandes
promotoras artísticas.
Las artes plásticas, convertidas
en un arma decisiva de propaganda, alcanzaron una alta temperatura expresiva.
Gregorio Fernández, los Carducho, Martínez Montañés, Alonso Cano, Pedro de
Mena, Ribalta, Zurbarán —en focos locales muy activos, como Valladolid, Granada
o Sevilla— pusieron toda la fuerza plástica del Barroco al servicio de esta
política de la imagen, que desliza en el alma del espectador mensajes devotos y
doctrinas morales. Los temas elegidos son el arrebato del éxtasis, las visiones
celestes, el suplicio sangriento, la renuncia mundana y la ansiedad espiritual.
Y, sobre todo, el patetismo macabro de la muerte, al que la estética barroca
dio un despliegue violento, insólito y muy impresionante.
En el capítulo de la escultura
barroca, destacan las obras de Gregorio Fernández, máximo exponente del
naturalismo barroco castellano, como Paso de la Sexta Angustia, Santa Teresa,
El bautismo de Cristo y el formidable Cristo yacente.
También se exhiben obras de
Alonso Cano —S. Juan Bautista, S. Jerónimo penitente—, Juan Martínez Montañés
—S. Juan Evangelista—, Pedro de Mena —la destacada Magdalena penitente— o José
de Mora —Virgen de la soledad—. Destacan además dos pinturas excepcionales, una
Santa Faz de Francisco de Zurbarán y una tabla de Peter Paul Rubens -Demócrito
y Heráclito-.
El siglo XVIII: hacia una nueva sensibilidad
La visita a la colección del
museo dedicada al siglo XVIII donde se ha hecho una selección de las piezas más
representativas. Se ven nuevas policromías, un cierto amaneramiento de las
formas e imágenes novedosas como la crucifixión de Santa Eulalia. Además de
este gusto por el detalle, acorde con el periodo Rococó, se puede ver también
una corrección académica que se manifiesta en las obras de Luis Salvador
Carmona.
La escultura tardobarroca del
siglo XVIII está representada en el Museo por Juan Alonso de Villabrille y Ron
-Cabeza de San Pablo-, Francisco Salzillo -San Francisco-, Pedro de Sierra
-Inmaculada-, o Luis Salvador Carmona, con varias obras entre las que descuella
un Crucificado.
La impresionante colección de
artesonados del museo contribuye a subrayar el efectismo de las piezas. Algunos
son originales del Colegio de San Gregorio y otros fueron adquiridos y
restaurados.
Al margen de la excelente
colección permanente del museo, el Colegio de San Gregorio cuenta con tres
salas anexas que complementan y enriquecen la muestra con exposiciones
temáticas como la de los pasos procesionales de Gregorio Fernández.
Sala temática B. Pasos procesionales
El Museo Nacional de Escultura
custodia y conserva buena parte de la escultura procesional de Valladolid. Como
un hecho singular museístico desde 1922 accede al préstamo de varios conjuntos
escultóricos a las cofradías de la Semana Santa vallisoletana. En total, son
104 imágenes procedentes de sus fondos las que se integran en los
correspondientes pasos.
El museo acoge, entre otros, los
pasos La elevación de la Cruz de Francisco de Rincón, Sed Tengo, y Camino del
Calvario de Gregorio Fernández o El Santo Sepulcro o paso de Los Durmientes de
Alonso de Rozas. También acoge sayones de los pasos de la Coronación y el
Azotamiento de la Vera-Cruz así como parte de la Oración del Huerto de la
cofradía homónima.
El teatro de la pasión
El gusto por lo teatral siempre
acompañó a las manifestaciones públicas de la religiosidad católica: autos de
fe, fiestas de canonización, traslados de reliquias y, sobre todo, las
procesiones de Semana Santa. En ellas se condensan los rasgos más característicos
del gusto barroco: el engaño de los sentidos, la imagen como adoctrinamiento,
la suntuosidad y falta de moderación, la confusión entre lo real y lo imaginado,
la afición a máquinas y tramoyas, el pensamiento mágico o la devoción externa y
ritualizada postridentina.
El protagonista de la procesión
era el paso, un grupo de figuras colocadas sobre una plataforma que escenifica
algún episodio de la Pasión. Realizados primero en materiales efímeros, pronto
se generalizaron las tallas en madera policromada, con postizos de cristal o
marfil, encargadas por las cofradías a artistas de renombre: Francisco Rincón,
Gregorio Fernández, Andrés Solanes. El espectáculo ejercía un fuerte impacto
emocional, por el tamaño natural de las figuras y su disposición escenográfica,
por el esmero en el atavío y el oropel, por el maniqueísmo moral de sus figuras
y por el cruel tremendismo del ambiente.
El encantamiento se adueñaba de
la vida real y del espacio urbano. Destinado a una nueva y creciente masa
ciudadana, el rito satisfacía la sed popular de lo maravilloso, fomentaba el
sentimiento de pertenencia colectiva y revelaba un gusto naciente por lo
anónimo y lo multitudinario, «por el lento arrastrar de los pies en las filas
de un cortejo».
La costumbre se extinguió en el
siglo XVIII, ante el avance de la secularización y la mentalidad ilustrada y
científica, y se olvidó. En 1920 fue relanzada por la Iglesia.
UNA PROCESIÓN EN 1603
“Las procesiones de Semana Santa son muchas, y con mucho más orden que
las nuestras, de manera que la inferior de ellas es más notable que la mejor
que nunca se hiciera en Lisboa. En estos días de Semana Santa, la primera sale
de la Trinidad, viene delante un guión de damasco negro con dos puntas de
borlas, que llevan dos hermanos de negro. Seguían 400 disciplinantes en dos
filas en orden de procesión, 200 de cada parte, sin desorden alguno, cada uno
en el lugar que tomó. Detrás de ellos, 400 hermanos de la cofradía, vestidos de
bocací negro, con sus antorchas de cuatro pabilos, todos en el mismo orden; y
en medio de ellos el primer paso, porque en lugar de nuestras banderas
pintadas, traen pasos de bulto, de altura proporcionada, los más bellos y
hermosos que se puede imaginar, porque estos de Valladolid son los mejores que
hay en Castilla, por la proporción de los cuerpos, hermosura de los rostros y
aderezo de las figuras. “
Tomé Pinheiro da Veiga,
Fastiginia, 1603
PALACIO DE VILLENA
Frente al Colegio de San Gregorio
se encuentra el Palacio de Villena, el segundo edificio que conforma el Museo
Nacional de Escultura. Esta residencia nobiliaria del siglo XVI acoge la
exposición de un belén napolitano del siglo XVIII con más de 600 piezas.
Los Belenes, Nacimientos o
Pesebres son una manifestación católica que, iniciada en el siglo XIII, alcanza
su máximo esplendor en Nápoles, desde 1734, bajo el reinado del futuro Carlos
III de España y luego de su hijo Fernando I, que fomentaron en su Palacio de
Capodimonte esa costumbre, concebida como una compleja manifestación efímera,
de frecuencia anual, y en torno a ella toda una actividad artesanal, de gran
riqueza e imaginación, muy enraizada en la promoción de las artes aplicadas y
de las manufacturas por parte de los monarcas de la Ilustración. Pues, en
efecto, intervienen los más variados artesanos: constructores, escultores,
pintores, tallistas, joyeros, ceramistas, sastres, aunque la autoría final
correspondiese cada año al arquitecto o pintor encargado del montaje
escenográfico. Se inspira en textos bíblicos y leyendas cristianas, combina
vida popular y ceremonia nobiliaria, lo costumbrista y lo exótico, la
referencia culta o la fantasía. La Natividad termina por reducirse a una escena
más.
Este tipo de Belén responde a un
planteamiento muy distinto al de las iglesias, unido al rito litúrgico. Se trata
de una experiencia laica y festiva, un divertimento mundano y levemente
erudito; y, sobre todo, en un motivo de emulación de la nobleza local, dada la
afición borbónica por los presepi. Lo
componen casi doscientas figuras que abarcan toda la variedad de personajes y
tipos: la Sagrada Familia, el coro angélico, los Reyes Magos y su espléndido séquito
oriental de georgianas, turcos, negros, dignatarios, músicos y criados; hay,
además, pastores, burgueses atildados, artesanos, vendedoras, campesinos,
cíngaros y un mendigo. Animales y accesorios (finimenti) contribuyen al abigarramiento y el desorden vital de la
composición. Lamentablemente, al igual que la mayoría de estos conjuntos,
carece de elementos escenográficos de la época.
CASA DEL SOL
Como parte final de la visita, en
la Casa del Sol se exhibe la colección de reproducciones artísticas del siglo
XIX, más de 3000 vaciados en escayola o bronce que proceden en su mayoría de
los moldes originales y que en algunos casos documentan obras desaparecidas.
La colección de reproducciones
artísticas ocupa un solo espacio que corresponde a la antigua iglesia del palacio.
Todas las obras expuestas son visibles desde la nave central aunque la
circulación para sillas de ruedas se hace compleja en los espacios laterales
por la profusión de peanas y soportes en algunas de sus zonas.
El Museo Nacional de Escultura de
Valladolid alberga la colección de escultura en madera policromada más
importante de Europa y exhibe algunas de las obras capitales del Renacimiento y
el Barroco español.
Muchos visitantes están
acostumbrados a acudir a museos y ver cuadros en las paredes pero aquí se
encuentran con figuras tridimensionales, esculturas que además de buscar un
realismo y naturalismo extremo a través de la imitación fiel del cuerpo humano,
vestiduras, policromías, encarnaciones, el uso de ojos de cristal, expresan toda
una voluntad de llegar físicamente al espectador.
El colegio sufrió numerosas
transformaciones sin embargo el claustro y la portada se mantuvieron casi
intactos. Tras la transformación en Museo Nacional y rehabilitación como nuevo
espacio expositivo en 2009 los arquitectos explican su intervención como una
actuación a distintos niveles de intensidad pero siempre causando las menores
incisiones en el edificio.
Cada año recibe una media de 200.000
visitas, una cifra importante pero muy inferior a la que merecería. Un
patrimonio que por su calidad y amplitud de la colección merece la pena conocer
para entender las claves del periodo artístico más importante de nuestro país,
el siglo de Oro, pero también para comprender del lugar de donde venimos y como
hemos trasformado la sociedad actual.
LAS OBRAS DESTACADAS
Este Cristo yacente datado en 1627 es una de las obras más importantes del escultor Gregorio Fernández (1576-1636). Fue tallado en madera policromada y contiene añadidos de asta, cristal, corcho, cuero y lacre. Sus dimensiones son de 43 centimetros de alto por 190 de largo y 73 de ancho y procede de la Iglesia de la Casa Profesa de Jesuitas, en Madrid. (Seguir leyendo...)
La Magdalena penitente de Pedro de Mena (1628-1688), datada en 1664, es la obra más destacada del escultor granadino y una de las más importantes de todo el barroco español. Está tallada en madera policromada, sin añadidos, y a escala real, dimensiones que le otorgan una gran veracidad a la pieza. (Seguir leyendo...)
Juan de Juni acometía entre 1541 y 1544 el encargo del grupo escultórico, representando al enterramiento de Jesús, para la capilla funeraria de Antonio de Guevara, franciscano, escritor, cronista del emperador Carlos y obispo de Mondoñedo, cuyas obras literarias fueron muy traducidas en toda Europa. (Seguir leyendo...)
El Sacrificio de Isaac es una obra del escultor Alonso Berruguete tallada en madera policromada y datada entre 1526 y 1532. Sus dimensiones son de 89 centímetros de alto por 46 de ancho y 32 de largo y procede del Monasterio de San Benito el Real, en Valladolid. Actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Escultura. (Seguir leyendo...)
La realización de esta singular escultura se debe al artista de origen flamenco Gil de Ronza, que en el primer cuarto del siglo XVI estaba activo en el entorno de Zamora y participó en la decoración de la Capilla Dorada de la catedral de Salamanca, donde también se incluye una figura similar. (Seguir leyendo...)
OTRAS IMÁGENES:
0 comentarios :
Publicar un comentario