lunes, 29 de enero de 2018

Museos | Museo Nacional de Escultura | Valladolid




MUSEOS Y GALERÍAS DE ARTE

MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA

VALLADOLID





Por la calidad de las obras, la belleza del edificio y la modernidad de su presentación, el Museo Nacional de Escultura de Valladolid es uno de los más originales del mundo. La escultura devocional realizada por los grandes artistas del Renacimiento y Barroco es una de las más relevantes señas de identidad de la historia española y lo más destacado de las colecciones.


En la ciudad de Valladolid se encuentra en Museo Nacional de Escultura, uno de los museos más importantes y singulares de Europa. Se encuentra en el corazón monumental de la ciudad y se extiende por la calle peatonal Cadenas de San Gregorio hasta ocupar tres de sus edificios históricos más representativos.

El Colegio de San Gregorio, joya arquitectónica del gótico peninsular, alberga en sus espacios una magnífica colección de escultura de la fase más rica de nuestra historia, de los siglos XV al XVIII, vinculada a artistas tan célebres como Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Juan de Juni o Pedro de Mena. Frente al Colegio de San Gregorio, el Palacio de Villena, residencia nobiliaria del siglo XVI, expone un Belén Napolitano de más de 600 piezas del siglo XVIII.  Por último, la tercera sede, la Casa del Sol, se presenta parte de la colección del extinguido Museo Nacional de Reproducciones Artísticas. El Museo Nacional de Escultura es en su conjunto una  colección única y sin duda una de las más importantes del mundo.


 


COLEGIO DE SAN GREGORIO: Colección permanente


Edificio

Antes de acceder a la exposición debemos hacer un alto frente a la entrada porque el extraordinario edificio que lo acoge es una obra maestra del gótico flamígero español. El Colegio de San Gregorio se construyó a finales del siglo XV y recoge toda la herencia del gótico más elaborado y ornamental como vemos en el patio y sobretodo en su excepcional fachada.

La Capilla ocupa también un papel singular y privilegiado en el conjunto del Museo y de la colección, por tratarse de un recinto que conserva casi intacta la atmósfera del lugar, apenas sometido a ningún artificio museográfico.

En esta capilla tuvo lugar un episodio muy importante, podríamos decir, de la historia de la Humanidad que fue la discusión entre Bartolomé de las Casas y otra serie de teólogos del siglo XV sobre la legitimidad de la conquista americana y los derechos de los nativos. Aquí emerge en cierta manera el primer debato sobre los derechos humanos, un hito estudiado en todas las facultades de derecho.

Cuando la Capilla pasó a formar parte del Museo, en 1933, se instalaron algunas obras que evocan aquella magnificencia original: el retablo de Alonso Berruguete, el sepulcro del obispo Diego de Avellaneda, de Felipe Vigarny, ambas del siglo xvi, o una 23 sillería de coro del siglo xviii. Completan el conjunto las esculturas orantes de los duques de Lerma, realizadas por Pompeo Leoni.


                                        



ARTE Y COSTUMBRES FUNERARIAS

Los miedos y tabúes originales del hombre primitivo sobreviven en nuestro alrededor. Cuando cerramos la boca y los ojos de los muertos y los colocamos en actitud de reposo, con las manos cruzadas, creemos cumplir un acto de piedad; pero hay razones para suponer que en esta acción piadosa hacia los muertos sobreviven, de forma residual o sublimada, medidas tomadas contra los muertos, para reducirlos a la impotencia e impedirles perjudicarnos, tales como enterrarlos en receptáculos cuidadosamente sellados. Y es que el hombre no llega a creer del todo que el fin de la vida signifique el fin de la existencia. Este miedo primordial a la muerte está estrechamente ligado a las costumbres funerarias, a las necesidades póstumas y al culto religioso. El arte se ha sentido siempre poderosamente estimulado por este miedo a los muertos, y se aplicó a ofrecerles un cobijo, por medio del sarcófago en forma de casa, del mausoleo, o por la reproducción del difunto en forma de estatua... Y fue precisamente en su actitud hacia los muertos donde el Renacimiento afirmó su modernidad de la manera más vigorosa.


Erwin Panofsky, La escultura funeraria, 1964



Colección

A continuación, accedemos a las instalaciones de la colección permanente del museo, 20 salas que muestran lo mejor de la imaginería española desde la Edad Media al siglo XIX.




Siglo XV. Los inicios de un arte nuevo

Desde el siglo XV, una nueva idea del hombre y del mundo impregna el arte europeo. Es un período de transición que proviene del gótico, pero es, a la vez, un tiempo de novedad, de intuiciones y conquistas que anuncian el Renacimiento, y con él, la Era Moderna. El denominador común del período es el descubrimiento de que la vida humana es en sí misma espléndida, y merece ser observada y representada.

El arte de tema religioso abandona el trascendentalismo medieval y el lenguaje simbólico y se hace eco de la necesidad de una espiritualidad más subjetiva. Para ello pone en pie un nuevo lenguaje, un realismo «documental», que exalta y explora el mundo terrenal y la realidad visible. Las leyendas de los santos alcanzan gran protagonismo y se convierten en una metáfora de las vidas humanas. También la técnica contribuye: así, la invención del óleo permite una descripción minuciosa y exacta de las cosas y los seres. Los artistas más avanzados, que comienzan a ser conocidos por su nombre, describen el espacio natural, con sus distancias, sus luces y sombras, ubican los cuerpos en ambientes terrenales, copian paisajes y ciudades, los enseres domésticos y la fantasiosa belleza de la indumentaria. Además cuentan historias, expresan sentimientos de ternura y patetismo y presentan la muerte como una experiencia real y macabra.

Esta sala recoge una época de cambio y transición hacia el humanismo donde comienza a verse una recreación en la riqueza de la ornamentación, los ropajes, la naturaleza. En esta época Castilla es un centro de poder y de las artes donde llegan multitud de obras de distinta procedencia.

Entre las obras correspondientes a esta época se encuentra La Piedad, una obra representativa del Gótico tardío que refleja el avance hacia el naturalismo emprendido por algunos focos artísticos centroeuropeos en los inicios del siglo XV.

Al siglo XV corresponden también obras de las escuelas flamenca e hispano-flamenca como el Retablo de la vida de la Virgen, procedente del Convento de San Francisco de Valladolid, el Retablo de San Jerónimo, obra de Jorge Inglés, la Silla de Coro de Rodrigo Alemán y las obras pictóricas de San Atanasio y San Luis de Tolosa del Maestro de San Ildefonso.


                                        


Las artes en el Renacimiento. El siglo de la variedad

Durante los primeros años del siglo XVI, conviven dentro del espíritu renacentista distintos estilos como el clasicismo italiano, la tradición flamenca y el Manierismo de Alonso Berruguete. Dentro de la colección artística de este siglo, se puede contemplar el Retablo de la Pasión de Cristo, obra de fray Rodrigo de Holanda, representativo de la estética flamenca, la Sagrada Familia, de Diego de Siloé o la Virgen con el Niño de Felipe Vigarny.

A esta época corresponde también la Sillería del Coro Bajo de San Benito el Real, contratada en 1525 para celebrar los Capítulos Generales de los benedictinos en Castilla, cuyo principal centro era el monasterio de San Benito el Real de Valladolid. Su diseño y ensamblaje fue encargado a Andrés de Nájera. El conjunto presenta una rica ornamentación renacentista a base de grutescos, medallones, mascarones y trofeos.

Por último, en dos espacios diferenciados del resto, se expone parte de la producción artística de los dos autores más importantes del Manierismo expresivo castellano del siglo XVI; Alonso Berruguete y Juan de Juni.


                                         


Esta escultura con fines devocionales ofrece aquella idea humanista del artista total donde se mezcla la escultura, la pintura en la policromía y también la arquitectura de los retablos, un conjunto fabuloso y singular de disciplinas.

Aunque el prestigio de Berruguete y Juan de Juni ocupen el escenario escultórico del siglo XVI, es innegable que una de las claves de la cultura artística de esta centuria es su riqueza y variedad. Las ideas se trasmiten fácilmente y la figura del artista extranjero se hace frecuente. Florentinos como Rabuyate, franceses como Pierre Picart, flamencos como Arnao de Bruselas y Antonio Moro, y borgoñones como Vigarny o Juan de Juni, se establecen en España, mientras Berruguete y Machuca se forman en Florencia y Roma.

En este ambiente de arcaísmos, tanteos y audacias, una repetida fórmula española condensa las tendencias que dominan el siglo XVI: «Todo lo nuevo place».

El color, la intensidad emocional y el exquisito estado de conservación de las obras sorprenden y asombran al visitante. Todo se hacía con mucho cuidado y se seleccionaban las mejores maderas en el momento adecuado. Sobre ese buen soporte se adherían materiales y pigmentos de muy alta calidad como panes de oro y plata.




Imágenes del Barroco: Arte y Contrarreforma

El siglo XVIII es un siglo de tristeza y de conciencia de crisis y decadencia, de aislamiento frente a Europa. La cultura barroca, que se prolonga durante varias décadas de la siguiente centuria, emerge sobre el fondo del cisma religioso, de la ofensiva contrarreformista del Papado y del autoritarismo monárquico, que hará del control de las creencias una «razón de Estado».

No es de extrañar, pues, que sea la Iglesia la que encargue las obras, imponga los temas y dirija el pensamiento. Propaga la creencia en los milagros y el culto a sus reliquias, expuestas en decorados exuberantes, mezcla de magia, piedad y ostentación. Impulsa, además, la canonización de mártires y místicos contemporáneos y populariza las fiestas de devoción colectiva, como la Inmaculada Concepción. En ese ambiente, las órdenes religiosas, en particular los jesuitas, se convierten en grandes promotoras artísticas.

Las artes plásticas, convertidas en un arma decisiva de propaganda, alcanzaron una alta temperatura expresiva. Gregorio Fernández, los Carducho, Martínez Montañés, Alonso Cano, Pedro de Mena, Ribalta, Zurbarán —en focos locales muy activos, como Valladolid, Granada o Sevilla— pusieron toda la fuerza plástica del Barroco al servicio de esta política de la imagen, que desliza en el alma del espectador mensajes devotos y doctrinas morales. Los temas elegidos son el arrebato del éxtasis, las visiones celestes, el suplicio sangriento, la renuncia mundana y la ansiedad espiritual. Y, sobre todo, el patetismo macabro de la muerte, al que la estética barroca dio un despliegue violento, insólito y muy impresionante.

En el capítulo de la escultura barroca, destacan las obras de Gregorio Fernández, máximo exponente del naturalismo barroco castellano, como Paso de la Sexta Angustia, Santa Teresa, El bautismo de Cristo y el formidable Cristo yacente.


                                        


También se exhiben obras de Alonso Cano —S. Juan Bautista, S. Jerónimo penitente—, Juan Martínez Montañés —S. Juan Evangelista—, Pedro de Mena —la destacada Magdalena penitente— o José de Mora —Virgen de la soledad—. Destacan además dos pinturas excepcionales, una Santa Faz de Francisco de Zurbarán y una tabla de Peter Paul Rubens -Demócrito y Heráclito-.




El siglo XVIII: hacia una nueva sensibilidad

La visita a la colección del museo dedicada al siglo XVIII donde se ha hecho una selección de las piezas más representativas. Se ven nuevas policromías, un cierto amaneramiento de las formas e imágenes novedosas como la crucifixión de Santa Eulalia. Además de este gusto por el detalle, acorde con el periodo Rococó, se puede ver también una corrección académica que se manifiesta en las obras de Luis Salvador Carmona.

La escultura tardobarroca del siglo XVIII está representada en el Museo por Juan Alonso de Villabrille y Ron -Cabeza de San Pablo-, Francisco Salzillo -San Francisco-, Pedro de Sierra -Inmaculada-, o Luis Salvador Carmona, con varias obras entre las que descuella un Crucificado.

La impresionante colección de artesonados del museo contribuye a subrayar el efectismo de las piezas. Algunos son originales del Colegio de San Gregorio y otros fueron adquiridos y restaurados.


                                         


Al margen de la excelente colección permanente del museo, el Colegio de San Gregorio cuenta con tres salas anexas que complementan y enriquecen la muestra con exposiciones temáticas como la de los pasos procesionales de Gregorio Fernández.




Sala temática B. Pasos procesionales

El Museo Nacional de Escultura custodia y conserva buena parte de la escultura procesional de Valladolid. Como un hecho singular museístico desde 1922 accede al préstamo de varios conjuntos escultóricos a las cofradías de la Semana Santa vallisoletana. En total, son 104 imágenes procedentes de sus fondos las que se integran en los correspondientes pasos.

El museo acoge, entre otros, los pasos La elevación de la Cruz de Francisco de Rincón, Sed Tengo, y Camino del Calvario de Gregorio Fernández o El Santo Sepulcro o paso de Los Durmientes de Alonso de Rozas. También acoge sayones de los pasos de la Coronación y el Azotamiento de la Vera-Cruz así como parte de la Oración del Huerto de la cofradía homónima.




El teatro de la pasión

El gusto por lo teatral siempre acompañó a las manifestaciones públicas de la religiosidad católica: autos de fe, fiestas de canonización, traslados de reliquias y, sobre todo, las procesiones de Semana Santa. En ellas se condensan los rasgos más característicos del gusto barroco: el engaño de los sentidos, la imagen como adoctrinamiento, la suntuosidad y falta de moderación, la confusión entre lo real y lo imaginado, la afición a máquinas y tramoyas, el pensamiento mágico o la devoción externa y ritualizada postridentina.

El protagonista de la procesión era el paso, un grupo de figuras colocadas sobre una plataforma que escenifica algún episodio de la Pasión. Realizados primero en materiales efímeros, pronto se generalizaron las tallas en madera policromada, con postizos de cristal o marfil, encargadas por las cofradías a artistas de renombre: Francisco Rincón, Gregorio Fernández, Andrés Solanes. El espectáculo ejercía un fuerte impacto emocional, por el tamaño natural de las figuras y su disposición escenográfica, por el esmero en el atavío y el oropel, por el maniqueísmo moral de sus figuras y por el cruel tremendismo del ambiente.

El encantamiento se adueñaba de la vida real y del espacio urbano. Destinado a una nueva y creciente masa ciudadana, el rito satisfacía la sed popular de lo maravilloso, fomentaba el sentimiento de pertenencia colectiva y revelaba un gusto naciente por lo anónimo y lo multitudinario, «por el lento arrastrar de los pies en las filas de un cortejo».

La costumbre se extinguió en el siglo XVIII, ante el avance de la secularización y la mentalidad ilustrada y científica, y se olvidó. En 1920 fue relanzada por la Iglesia.


                                        


UNA PROCESIÓN EN 1603

Las procesiones de Semana Santa son muchas, y con mucho más orden que las nuestras, de manera que la inferior de ellas es más notable que la mejor que nunca se hiciera en Lisboa. En estos días de Semana Santa, la primera sale de la Trinidad, viene delante un guión de damasco negro con dos puntas de borlas, que llevan dos hermanos de negro. Seguían 400 disciplinantes en dos filas en orden de procesión, 200 de cada parte, sin desorden alguno, cada uno en el lugar que tomó. Detrás de ellos, 400 hermanos de la cofradía, vestidos de bocací negro, con sus antorchas de cuatro pabilos, todos en el mismo orden; y en medio de ellos el primer paso, porque en lugar de nuestras banderas pintadas, traen pasos de bulto, de altura proporcionada, los más bellos y hermosos que se puede imaginar, porque estos de Valladolid son los mejores que hay en Castilla, por la proporción de los cuerpos, hermosura de los rostros y aderezo de las figuras.


Tomé Pinheiro da Veiga, Fastiginia, 1603


PALACIO DE VILLENA

Frente al Colegio de San Gregorio se encuentra el Palacio de Villena, el segundo edificio que conforma el Museo Nacional de Escultura. Esta residencia nobiliaria del siglo XVI acoge la exposición de un belén napolitano del siglo XVIII con más de 600 piezas.

Los Belenes, Nacimientos o Pesebres son una manifestación católica que, iniciada en el siglo XIII, alcanza su máximo esplendor en Nápoles, desde 1734, bajo el reinado del futuro Carlos III de España y luego de su hijo Fernando I, que fomentaron en su Palacio de Capodimonte esa costumbre, concebida como una compleja manifestación efímera, de frecuencia anual, y en torno a ella toda una actividad artesanal, de gran riqueza e imaginación, muy enraizada en la promoción de las artes aplicadas y de las manufacturas por parte de los monarcas de la Ilustración. Pues, en efecto, intervienen los más variados artesanos: constructores, escultores, pintores, tallistas, joyeros, ceramistas, sastres, aunque la autoría final correspondiese cada año al arquitecto o pintor encargado del montaje escenográfico. Se inspira en textos bíblicos y leyendas cristianas, combina vida popular y ceremonia nobiliaria, lo costumbrista y lo exótico, la referencia culta o la fantasía. La Natividad termina por reducirse a una escena más.

Este tipo de Belén responde a un planteamiento muy distinto al de las iglesias, unido al rito litúrgico. Se trata de una experiencia laica y festiva, un divertimento mundano y levemente erudito; y, sobre todo, en un motivo de emulación de la nobleza local, dada la afición borbónica por los presepi. Lo componen casi doscientas figuras que abarcan toda la variedad de personajes y tipos: la Sagrada Familia, el coro angélico, los Reyes Magos y su espléndido séquito oriental de georgianas, turcos, negros, dignatarios, músicos y criados; hay, además, pastores, burgueses atildados, artesanos, vendedoras, campesinos, cíngaros y un mendigo. Animales y accesorios (finimenti) contribuyen al abigarramiento y el desorden vital de la composición. Lamentablemente, al igual que la mayoría de estos conjuntos, carece de elementos escenográficos de la época.


                                        


CASA DEL SOL

Como parte final de la visita, en la Casa del Sol se exhibe la colección de reproducciones artísticas del siglo XIX, más de 3000 vaciados en escayola o bronce que proceden en su mayoría de los moldes originales y que en algunos casos documentan obras desaparecidas.

La colección de reproducciones artísticas ocupa un solo espacio que corresponde a la antigua iglesia del palacio. Todas las obras expuestas son visibles desde la nave central aunque la circulación para sillas de ruedas se hace compleja en los espacios laterales por la profusión de peanas y soportes en algunas de sus zonas.


                                        


El Museo Nacional de Escultura de Valladolid alberga la colección de escultura en madera policromada más importante de Europa y exhibe algunas de las obras capitales del Renacimiento y el Barroco español.

Muchos visitantes están acostumbrados a acudir a museos y ver cuadros en las paredes pero aquí se encuentran con figuras tridimensionales, esculturas que además de buscar un realismo y naturalismo extremo a través de la imitación fiel del cuerpo humano, vestiduras, policromías, encarnaciones, el uso de ojos de cristal, expresan toda una voluntad de llegar físicamente al espectador.

El colegio sufrió numerosas transformaciones sin embargo el claustro y la portada se mantuvieron casi intactos. Tras la transformación en Museo Nacional y rehabilitación como nuevo espacio expositivo en 2009 los arquitectos explican su intervención como una actuación a distintos niveles de intensidad pero siempre causando las menores incisiones en el edificio.

Cada año recibe una media de 200.000 visitas, una cifra importante pero muy inferior a la que merecería. Un patrimonio que por su calidad y amplitud de la colección merece la pena conocer para entender las claves del periodo artístico más importante de nuestro país, el siglo de Oro, pero también para comprender del lugar de donde venimos y como hemos trasformado la sociedad actual.






LAS OBRAS DESTACADAS


 Este Cristo yacente datado en 1627 es una de las obras más importantes del escultor Gregorio Fernández (1576-1636). Fue tallado en madera policromada y contiene añadidos de asta, cristal, corcho, cuero y lacre. Sus dimensiones son de 43 centimetros de alto por 190 de largo y 73 de ancho  y procede de la  Iglesia de la Casa Profesa de Jesuitas, en Madrid. (Seguir leyendo...)


La Magdalena penitente de Pedro de Mena (1628-1688), datada en 1664, es la obra más destacada del escultor granadino y una de las más importantes de todo el barroco español. Está tallada en madera policromada, sin añadidos, y a escala real, dimensiones que le otorgan una gran veracidad a la pieza. (Seguir leyendo...)


Juan de Juni acometía entre 1541 y 1544 el encargo del grupo escultórico, representando al enterramiento de Jesús, para la capilla funeraria de Antonio de Guevara, franciscano, escritor, cronista del emperador Carlos y obispo de Mondoñedo, cuyas obras literarias fueron muy traducidas en toda Europa. (Seguir leyendo...)



El Sacrificio de Isaac es una obra del escultor Alonso Berruguete tallada en madera policromada y datada entre 1526 y 1532. Sus dimensiones son de 89 centímetros de alto por 46 de ancho y 32 de largo y procede del Monasterio de San Benito el Real, en Valladolid. Actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Escultura. (Seguir leyendo...)


La realización de esta singular escultura se debe al artista de origen flamenco Gil de Ronza, que en el primer cuarto del siglo XVI estaba activo en el entorno de Zamora y participó en la decoración de la Capilla Dorada de la catedral de Salamanca, donde también se incluye una figura similar. (Seguir leyendo...)



OTRAS IMÁGENES:


                                        


                                        


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