MUSEOS
NEOCUEVA Y MUSEO DEL ALTAMIRA
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Para conocer -y ante todo reconocer- una obra de arte no hay nada mejor que trasladarse al lugar de los hechos para conocer su historia, situarla en el tiempo y el espacio, apreciar cada detalle y resolver en primera persona las dudas que el arte siempre plantea. Más aún si se trata, en este caso, de la primera obra de arte de la historia.
Estamos en Santillana del mar, un bello municipio de la provincia de Cantabria, en busca de la obra maestra del arte paleolítico. En esta villa el tiempo parece haberse detenido por más de 500 años si a su arquitectura nos referimos pues fue declarada conjunto histórico-artístico por la excelente conservación de su núcleo urbano de origen medieval, renacentista y barroco. A dos kilómetros de la villa se encuentra el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, responsable de conservar y difundir la cueva donde se hallaron las pinturas rupestres más antiguas y mejor conservadas hasta el momento. Además, el centro gestiona el Museo de Altamira, con exposiciones didácticas y actividades divulgativas y la réplica de la cueva original, la Neocueva, que recibe cada año 250.000 visitas.
A pesar de su nombre, los bisontes "polícromos" de Altamira han sido realizados únicamente con dos pigmentos, negro (carbón vegetal) y rojo (óxidos de hierro como ocre o hematites), pero el tratamiento posterior de las figuras, raspando o diluyendo algunas zonas para conseguir efectos de claroscuro, produce la sensación de una variedad mucho mayor. Si a esto sumamos la sabia utilización del soporte para dar volumen a las figuras entenderemos la enorme plasticidad que desprende el conjunto, y que debió ser aún mayor cuando la frescura de los pigmentos no había sido alterada por catorce mil quinientos años de erosión.
Estamos en Santillana del mar, un bello municipio de la provincia de Cantabria, en busca de la obra maestra del arte paleolítico. En esta villa el tiempo parece haberse detenido por más de 500 años si a su arquitectura nos referimos pues fue declarada conjunto histórico-artístico por la excelente conservación de su núcleo urbano de origen medieval, renacentista y barroco. A dos kilómetros de la villa se encuentra el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, responsable de conservar y difundir la cueva donde se hallaron las pinturas rupestres más antiguas y mejor conservadas hasta el momento. Además, el centro gestiona el Museo de Altamira, con exposiciones didácticas y actividades divulgativas y la réplica de la cueva original, la Neocueva, que recibe cada año 250.000 visitas.
Neocueva
Con el fin de que todos los visitantes de Altamira puedan acceder al conocimiento de sus pinturas en el mismo contexto en que fueron creadas se ha construido la Neocueva, una réplica de las partes más interesantes de la cueva original que recrea con precisión milimétrica texturas, relieves y variaciones de color, en el caso de las pinturas.
El primer espacio al que accedemos es el campamento magdaleniense situado en el amplio vestíbulo de entrada, junto a la boca de la cueva. Más adelante, la excavación arqueológica nos muestra la metodología de investigación de campo con la que se han obtenido los datos que tenemos sobre sus habitantes. Veremos, así, cómo la sucesión de estratos permite apreciar dos fases de ocupación: una durante el Solutrense, a la que se ha atribuido una antigüedad de 18.500 años, y otra durante el Magdaleniense, hace 14.500 años, y entre ambas un periodo de abandono revelado por una capa de arcillas estériles. El recorrido reconstruye también el taller del artista prehistórico donde se muestran las diferentes técnicas y procesos artísticos que veremos a continuación en la llamada Sala o Techo de los Polícromos.
Techo de los polícromos
Se ha dado este nombre al conjunto de pinturas que cubren el techo de una sala contigua al vestíbulo. En la Cueva original, antes de que se rebajara el suelo para permitir el acceso a los visitantes, la altura del techo de esta sala era tan reducida que impedía estar de pie en ella, por lo que nunca pudo ser utilizada como zona de habitación, lo que se ha interpretado como posible prueba de su sentido ritual. La sala de los Policromos fue, en todo caso, utilizada con la misma finalidad artística en los dos periodos de ocupación de la Cueva.
Del Solutrense data un reducido grupo de pinturas monocromas en rojo, situadas en la parte más alejada de la entrada, entre las que pueden distinguirse varios caballos, una cabra, manos en negativo y otras figuras de difícil identificación. El resto de la decoración del Techo se ha adscrito al Magdaleniense Inferior, con una antigüedad aproximada de 14.500 años, y consiste fundamentalmente en una gran manada de bisontes, junto a los cuales aparecen dos caballos, una gran cierva, tal vez un jabalí, y una serie de signos llamados "claviformes”, de dudosa interpretación.
Los bisontes aparecen en diversas actitudes: de pie, tumbados, lamiéndose, bramando, o en movimiento, aportando al conjunto una enorme naturalidad y, sobre todo, la evidencia de una composición en la que se integran las diferentes figuras para formar una escena, algo insólito en la pintura paleolítica, y que constituye una de las razones por las que el Techo es la gran joya de Altamira, y aun de todo el arte prehistórico. La otra es la asombrosa perfección de una técnica que combina el grabado, con el que se definen los contornos y algunos detalles de las figuras, y la pintura.
A pesar de su nombre, los bisontes "polícromos" de Altamira han sido realizados únicamente con dos pigmentos, negro (carbón vegetal) y rojo (óxidos de hierro como ocre o hematites), pero el tratamiento posterior de las figuras, raspando o diluyendo algunas zonas para conseguir efectos de claroscuro, produce la sensación de una variedad mucho mayor. Si a esto sumamos la sabia utilización del soporte para dar volumen a las figuras entenderemos la enorme plasticidad que desprende el conjunto, y que debió ser aún mayor cuando la frescura de los pigmentos no había sido alterada por catorce mil quinientos años de erosión.
Cola de caballo
Finalmente, se han reproducido en el último tramo de la Neocueva algunas de las figuras de la Cola de Caballo, la galería más profunda de la Cueva original, cuya excesiva estrechez la hace inaccesible a las visitas. El conjunto se ha datado en el Magdaleniense Inferior, hace unos 14.300 años. Aparecen caballos, ciervos y bisontes, así como una serie de signos abstractos de apariencia reticular conocidos tradicionalmente como "tectiformes" por su supuesta semejanza con techumbres de cabañas. Aquí, el aprovechamiento de los relieves de la roca cobra un singular protagonismo, acentuado por el hecho de que las figuras están trazadas únicamente en negro, y en algunos casos alcanza cotas de asombrosa expresividad, como una cabeza de bóvido en visión frontal conseguida con apenas unos mínimos toques de negro trazados sobre un saliente rocoso para definir los ojos, cejas y nariz.
Museo y Centro de Investigación
El espacio museístico que se muestra adyacente a la Neocueva se divide en seis sectores que comprenden todas las fases por la que pasó Altamira, desde las primeras pruebas encontradas hasta los últimos descubrimientos llevados a cabo por el Centro de Investigación. Como introducción a la exposición permanente se ha organizado un espacio en que se exponen las circunstancias que rodearon el descubrimiento, en 1879, de las pinturas de la Cueva de Altamira. A continuación la visita del Museo se inicia con un repaso a la investigación de la arqueología prehistórica y la labor de los prehistoriadores. Los dos siguientes salas nos introducen en Altamira a través de un recorrido desde la evolución de los homínidos hasta el Homo Sapiens y cómo sería la vida en aquel tiempo. El arte paleolítico, sus técnicas y materiales utilizados centran la atención de la última parte del recorrido donde el visitante puede ver la forma en el que el hombre realizaba el primer arte de la historia con vídeos, esquemas y réplicas de las obras de Altamira pero también de otras partes del mundo.
"Estábamos ya en el corazón de la cueva, en la oquedad pintada más asombrosa del mundo. Parecía que las rocas bramaban. Allí, en rojo y negro, amontonados, lustrosos por las filtraciones del agua, estaban los bisontes, enfurecidos o en reposo. Un temblor milenario estremecía la sala. Era como el primer chiquero español, abarrotado de reses bravas pugnando por salir. Ni vaqueros ni mayorales se veían por los muros. Mugían solas, barbadas y terribles bajo aquella oscuridad de siglos.”
Rafael Alberti, La arboleda perdida
(Poeta)
(Poeta)
Este artículo pertenece a la publicación ALTAMIRA, El nacimiento del Arte.
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