SAN JORGE Y EL DRAGÓN
Bernat Martorell | 1434-1435 | Art Institute of Chicago | EE.UU.
En el siglo XV, la capilla del
palacio de la Generalitat en Barcelona estaba presidida por un espectacular
retablo de Bernat Martorell que recreaba la mítica lucha de san Jorge, héroe de
la cristiandad, contra un terrible dragón.
Hacia 1434, Bernat Martorell
pintaba una de las obras cumbre de su carrera, el Retablo de san Jorge, para la
capilla del palacio de la Generalitat de Barcelona. Nacido aproximadamente en
1390, hijo de un carnicero de Sant Celoni, Bernat Martorell dominó el panorama
artístico catalán del segundo cuarto del siglo XV desde su taller en la
barcelonesa calle Regomir.
San Jorge, legendario mártir que
habría vivido y luchado en la Capadocia del siglo IV, estuvo al principio
ligado a la nobleza y la monarquía, que se identificaban con su condición de
caballero. En el siglo XV, sin embargo, la Generalitat catalana (una institución
formada por diputados de los estamentos de la sociedad de la época: clero,
nobleza y burguesía) lo adoptó como patrón e impulsó la fiesta en su honor.
Parece que los diputados quisieron contar con el mejor pintor del momento y
dedicaron notables recursos a la obra, importando desde Flandes la costosa
madera de roble.
Lección de heroísmo
El retablo se
componía de una predela o base que sustentaba cinco compartimientos —hoy
dispersos en varios museos— decorados con otras tantas escenas. El central (en
Chicago) resume la lucha del santo y el dragón, mientras que las cuatro escenas
laterales (en el Louvre) narran sus martirios y su muer-te. Una tabla con la
Virgen y el Niño (en Filadelfia), rodeados de virtudes, debía coronar la calle
central. El retablo instaba a los diputados a gobernar con rectitud
inspirándose en el comportamiento heroico de su patrón y en la Virgen.
La tabla central es una de las
obras maestras de Martorell. Domina la escena san Jorge, a caballo, con
armadura completa o «arnés blanco», preparándose para atravesar con su lanza al
dragón. La fiera, amenazante, muestra garras y dientes, mientras bate sus alas
de murciélago. La princesa reza sobre la colina donde habita el monstruo, y en
las murallas del castillo una multitud de cortesanos asiste al combate, presidido
por los reyes desde un balcón ricamente ornado. Pese a la ferocidad de la lucha
y a los huesos de las víctimas del monstruo que siembran el primer término, la
escena se enmarca en un paisaje de plácida belleza, bajo un cielo azul. Unos
cisnes nadan en el foso que rodea el castillo y unos campesinos transitan los
fértiles huertos y campos de cultivo. Destaca el blanco del caballo, así como
el delicado rosa pastel, aplicado con pequeños toques «puntillistas», de las
ropas de la princesa. Para dar relieve y realismo al dragón y a la armadura del
santo, el artista ha usado pasta de yeso, pintada y dorada, un recurso
habitual en la época, aunque raramente empleado de manera tan original como
aquí.
Una obra dispersa.
A mediados del
siglo XIX, el retablo pertenecía a los Rocabruna, barones de Albi. La tabla
central fue comprada por el industrial estadounidense Charles Deering y donada
después al Instituto de Arte de Chicago. Las laterales, adquiridas en Barcelona
por el anticuario Celestino Dupont, serían vendidas en 1900 a Théophile Belin e
ingresaron en el parisino Museo del Louvre en 1905.
BIBLIOGRAFÍA Y DOCUMENTACIÓN:
- Guadaria Macias Prieto (Universidad de Barcelona) (Historia National Geographic, Nº 172)
OTRAS IMÁGENES:
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